A mí dame dictaduras como ésta, donde un jefe de la oposición se sitúa en el Congreso frente al dictador, lo equipara con Hitler y no se fuma un puro ahí mismo porque eso sí que está prohibido. A mí dame tiranías como ésta, donde toda una presidenta capitalina llama hijoputa al tirano desde la tribuna de invitados y su parroquia justifica sin problemas el exabrupto. A mí dame despotismos como éste, donde cualquier político pide en público al Ejército y la Policía que desobedezcan, a la Judicatura que se rebele y a usted que acuda a las sedes del déspota a acordarse otra vez de su madre.

A mí dame golpes de estado como éste, en el que a los líderes mediáticos se les permite ciscarse en el golpista, exigir su encarcelamiento y después comerse tranquilamente un cocido madrileño, o sea promover la unidad de destino en lo universal. Luego dirán que no eran pedos, que era ruido de sables. A mí dame totalitarismos como éste, donde una cuadrilla se echa a la calle con muñecas hinchables y brazos extensibles, donde un gentío llena las plazas de insultos al totalitario, donde el chaval que lamenta sufrir un régimen absolutista y opresor acaba la noche en la celda de su sofá, la prisión de su cama o el calabozo de un after. Mierda, mierda, mierda, gran estribillo de Eskorbuto. No de Taburete.

A mí, en fin, dame cesarismos como éste, autocracias como ésta, mañaneos apocalípticos, tardeos catastróficos, a mí dame más morralla venenosa porque a ratos dudo, a ratos flaqueo, a ratos olvido de dónde venimos y a quién nos enfrentamos. Tanto que España se rompe, y nunca lo aprovechan para construir otra españolidad.