A mí del follón montado con Akelarre lo que más me preocupa no es la salud de la cultura vasca, que si merece la pena y nos convence aguantará esos chistes malos como ha aguantado otros. Lo que me asusta es el concepto alucinógeno que ayer mismo llegó hasta el Parlamento: que a dicha cultura se la ridiculiza “desde una perspectiva española”. Ya las críticas previas andaban remarcando que tanto la presentadora como el colaborador trabajan en Madrid, vienen desde Madrid, hacen humor del que se estila en Madrid, como si Madrid para un vasco medio fuera Nuakchot, capital de Mauritania. Pero lo de achacar su impostada ignorancia, o su falta de gracia, o su carácter ofensivo, a la perspectiva española sí que es desconocer la tierra que habitamos.

No, lo suyo no es una perspectiva española, sino vasca, muy vasca, del país real de los vascos, en el que además de unas gentes muy interesadas en un tipo determinado de cultura propia existen otras a las que esa cultura no les dice nada, no les atrae. Y no son personas de Alpedrete ni de Calatayud, sino de aquí mismo, vecinos con los que nos cruzamos a diario, compañeros de trabajo de amable sonrisa, familiares, amigos, ciudadanos que también pagan los impuestos con los que se financian nuestros medios públicos. El problema de las ficciones sociales y políticas es la frustración que suelen acarrear. No hace falta tener o, si prefieren, padecer una perspectiva española para no saber dónde está Maule ni qué ha escrito Unai Elorriaga. Basta con tener una perspectiva vasca del montón, vamos, mayoritaria. Bajen al bar y pregunten.