Paso al despropósito. Se hace esperar tres años la conferencia de presidentes y cuando vuelve se asemeja a un trampantojo con garantía de fracaso. El Gobierno se hace más de un lío con sus socios de investidura y así facilita que la inseguridad jurídica resurja con honda preocupación. Sánchez y los jueces se enredan arteramente sobre el escenario de la corrupción y así avinagran el debate racional sobre la justicia. Un catálogo, en suma, de bromas pesadas que evidencian un desprecio manifiesto en la búsqueda de soluciones sobre el clamor de la inmigración, la vivienda o la propia convivencia democrática.

La cita de mandatarios autonómicos en Santander resultó una pifia. Estaba condenada al fracaso desde su gestación y todos los sabían. Ni un documento previo sobre la mesa. Simplemente, se trataba de un cortafuegos para desviar los calambres de una situación política emponzoñada. Por lo tanto, los inmigrantes seguirán desbordando las capacidades de autonomías muy concretas. Los precios de los alquileres condenarán a una generación. Y en cuanto a la financiación autonómica, ya se irá viendo a partir de enero en otra patada a seguir bajo la sombra del acuerdo económico de Catalunya. No hay voluntad de abordar las grandes cuestiones de Estado. El único partido se juega en torno a los efectos de la corrupción y al desgaste de los dos principales partidos. El resto son regates colaterales y fuegos artificiales.

En la Corte coge aire el augurio de que algo serio va a pasar. Bien es cierto que este presagio siempre viene del mismo sitio. Ocurre que quienes no conocen siquiera ni la cuarta parte de la investigación de la UCO sobre las carroñeras andanzas de De Aldama ya imaginan –incluso desean– ese apocalipsis que trituraría al presidente socialista. Dan por hecho que será en 2025. Una envolvente judicial, predicen, acabará con él. Las elucubraciones se desparraman. Van desde los pisos lisonjeros para ministros a los fondos en República Dominicana, pasando por los favores empresariales.

Frente a quienes imaginan un catálogo de fechorías pendientes de las pruebas, pero detalladas por distintas gargantas profundas acostumbradas a los bajos fondos, comienza a armarse el batallón de los incrédulos que delatan la falta de consistencia de algunas imputaciones. Solo queda probado que Ábalos sudó bastante durante el primero de los correosos interrogatorios que le esperan. Aquel comisionista que apenas conocía de verlo pasear alguna vez por los pasillos de Fomento resulta que le ha engañado en el contrato de un piso. La amenaza del suplicatorio avanza.

Por contra, la última boutade del juez Peinado para garabatear con todo el personal de La Moncloa en otro capítulo de su laberíntica investigación en torno a Begoña Gómez alimenta las sospechas de que en este caso se asiste a una intencionalidad política. Es el argumento preferido de Sánchez para surfear la ola crítica, pero que tanto encorajina al poder judicial. No obstante, ha encontrado respaldo en la bofetada propinada a Manos Limpias al descubrirse que la acusación acerca de las acciones bursátiles de su hermano respondía sencillamente a una mentira. No es descartable, sin embargo, que tal prueba irrefutable sobre la malévola voluntad de esta organización fascista tampoco merezca un excesivo relieve mediático.

La oposición desnortada

El PP espera a la fruta madura. Cree que le será suficiente para volver al poder. Quizá esta pasiva estrategia le sirva para justificar su calamitosa oposición. La medianía que registra la mayoría de sus vacuas actuaciones, agrietada además por grotescas exhibiciones, causa grima. Incluso, hasta preocupación por el impropio nivel de un partido de gobierno. Muchas de sus interpelaciones al Gobierno causan bochorno. Feijóo no sabe aprovechar la coyuntura que le ofrece una coalición de izquierdas huérfana de consistencia y ávida de apoyos que le permita convertirse en una alternativa sólida y creíble.

Tampoco a su alrededor le ayudan. Si lo hicieran, ya habrían tomado una drástica decisión con Mazón. A su vez, a buen seguro que no le habrían permitido lanzar esos recientes guiños descarados a Junts que tanto alegran a Vox porque refuerzan su capacidad electoral. Más de uno pensó que se trataba de una broma pesada. Rufián, desde luego que no, porque el portavoz de ERC –atentos a la segunda vuelta de hoy– sigue enarbolando su personal advertencia de que llegaría un día en que las dos derechas, catalana y española, unirán sus caminos.