Días después de la astracanada en torno a Puigdemont, late todavía entre el respetable una satisfacción mayoritaria por tan teatral desenlace. Desde esta óptica tan interesada que abraza a socialistas, ERC y los adheridos entusiastas de Comuns, consideran con acierto que se ha evitado de un plumazo el bochorno de una detención siempre propensa a repercusiones tediosas, el retraso de la investidura del presidente Illa y, por si fuera poco, que nadie se responsabilice del bochornoso ridículo policial. Entre los policías fieles al mesías, deseosos de este choteo grotesco al Estado, entre quienes deseaban que empezara cuanto antes un nuevo ciclo político, y entre quienes tenían la orden ministerial de no entrometerse, parece lógico cuando no predestinado que el fugado acabara escapándose entre la marabunta. Así, cada bando puso lo suyo para complacer a su señor. Nada más elocuente que el silencio de Sánchez.
Los Mossos siguen bajo la lupa del juez Llarena. Asistiremos a una batalla judicial inane más allá de las alharacas de las pesquisas, informes y citaciones. No pasará nada. Las penalidades en este turbado asunto se irán diluyendo desde muy arriba y en cascada exculpatoria. Los responsables de este cuerpo en el día de la opereta, recalcitrantes refractarios a la autocrítica, ni siquiera enrojecieron al atribuir estrambóticamente al cambio de color de un semáforo la razón de que les hubiera privado de atrapar el coche de baja cilindrada donde viajaba el fugado. Semejante irrisoria válvula de escape, esgrimida para sacudirse malamente de una inoperancia tan clamorosa, hasta enciende la sospecha de que todo parecía urdido de mutuo acuerdo.
Por encima de la polémica, el botín de esta operación de largo alcance está a buen recaudo. Pragmatismo de manual. Que ladren, luego cabalgamos se oye decir entre los pasillos de la Generalitat y La Moncloa. De momento, Puigdemont continúa en libertad, que no es poco logro si se le aplica el cabreo reinante en el Supremo, pero no ha vuelto al cargo que tanto ambiciona y en su círculo de devoción cada día acusan más el desgaste que supone su ausencia. ¿Hasta cuándo bajo las órdenes del telemando? Y es que en Catalunya gobierna el socialismo como se propuso el desafiante Sánchez desde que conoció los resultados de las elecciones del 13-M.
Bien es cierto que queda demasiado partido por jugar en uno y otro lado del puente aéreo. Tan palmaria amenaza esta peculiar dana que siempre resulta obvio y tedioso hablar de bombas acechando la estabilidad. A decir verdad, tampoco tanta apelación a la fatalidad venidera aterra a Illa y Sánchez. Ambos comparten convencidos, aunque con diferente grado de responsabilidad, el riesgo de una apuesta que entraña la apuesta por un progresivo cambio del modelo territorial. Una transformación acuñada por el presidente español exclusivamente como su tabla de salvación para seguir en el poder y, desde luego, desnuda de la más mínima inspiración ideológica sobre el arquetipo futuro de país.
Queda para la oposición del PP la oportunidad de oro de pasar a limpio la oferta del concierto económico a ERC. Tampoco está asegurado que la aprovechen con alternativas congruentes si siguen obsesionados sin propósito de enmienda por elevar los decibelios de sus críticas despiadas contra todo lo que signifique el sanchismo, Begoña Gómez incluida. Les bastaría con escuchar a algunas de esas voces acreditadas y sensatas para poner en serio compromiso la validez constitucional del paquete de concesiones que la vicepresidenta Montero siempre se negó a entregar al independentismo catalán hasta que le obligaron a desdecirse y aceptó sin rubor a la mañana siguiente. En el caso de Vox, bastante tienen con vigilar la hilarante rifa del sueldo del europarlamentario Alvise y pescar en el río revuelto de los inmigrantes irregulares, en este caso alrededor de las aguas de Ceuta.
Mientras llegan a buen seguro los momentos tensos del Congreso, Illa sigue repartiendo guiños que no deberían caer en saco roto para entender varios lados de la nueva situación creada. La intencionada elección de algunos consellers refleja una clara intencionalidad de encauzar su mandato, zafándose de esas etiquetas primitivas tabernarias que carecen de luces largas. Por eso vienen a contrastar la irritación de algunos irredentes dirigentes de Junts con la conformación de un Govern transversal que busca suturar heridas sociales y políticas con la favorable acogida del sector empresarial que, en su análisis, detecta una nítida apuesta por la recuperación industrial y económica a la que contribuirá un clima de sosiego tan anhelado para que atraiga la inversión perdida los últimos años.