Sánchez está incómodo. Le empieza a sobrepasar el incesante acoso judicial y mediático sobre su mujer, especialmente, y su hermano. Begoña Gómez suena a riesgo cada vez más tóxico, aunque solo sea por ética y estética, que diría Aitor Esteban. Ni la selección malmetiendo insustancialmente con Gibraltar, la insufrible ola de calor o la catastrófica caída de Microsoft son capaces de ningunear informativamente las andanzas de la pareja del presidente. La situación provoca ahora mucha más zozobra que en aquellos cinco días de reflexión.
Entre el acendrado protagonismo de un magistrado, la desaforada locura escénica en las comparecencias de la investigada, la superposición diaria de documentos comprometedores y el aturdimiento informativo de La Moncloa frente a la avalancha de denuncias, cualquier pronóstico malévolo que se lance sobre la suerte final de este culebrón tiene fundamento en sí mismo. Así es fácil de explicar que el líder socialista reduzca a la absoluta paranoia por la prensa del fango la aplicación, con tres meses de retraso, del reglamento de regeneración democrática de la Unión Europea.
En semejante estado de turbación, la inmigración queda orillada, aunque la indignidad siga latente. Preocupó apenas unos días por culpa del divorcio político en la ultraderecha, pero no por el drama humano que arrastra inoculado. Por eso, desgraciadamente, una vez amortiguado el golpe de la bravata descabezada de Abascal, que en nada favorece los futuros intereses de Vox, los menas quedan relegados a su maldita suerte. Carpetazo, por tanto, y puerta abierta al siguiente lío que asegure titulares demoledores y minutos de tertulia deslenguada. Son, sencillamente, las patéticas consecuencias de la deplorable política líquida y del regate en corto al que se asiste desde hace ya demasiado tiempo. El caldo de cultivo idóneo para que se propaguen con aspersor, por ejemplo, las investigaciones judiciales en el entorno familiar de Sánchez. Un sabroso hueso que el PP no dejará de morder, favorecido por la intoxicación de un entorno tan enmarañado que empieza a aguijonear a la serenidad del socialismo gobernante.
Así las cosas, Feijóo empieza a ver la luz. El desgaste de sus viscerales enemigos a izquierda y derecha salta a la vista. Sánchez ha desnudado sus demonios cercenando a los medios más críticos. Solo un mandatario obsesionado por la presión sobre su espalda anuncia una ayuda pública de 100 millones de euros a publicaciones digitales apenas cinco minutos después de amenazar con el control sobre los propietarios y la difusión del mercado mediático. Suena muy mal.
Demasiados tropiezos. Las buenas cifras económicas se las lleva el viento de los desencuentros. Dentro del Consejo de Ministros, Yolanda Díaz se trastabilla con la derogación de la ley mordaza que pone en aprietos a la portavoz. Entre Sumar y el PSOE se interpone ahora la denuncia por las adjudicaciones poco ejemplares de la directora del Instituto de la Mujer. Entre Trabajo y Economía no hay la mejor sintonía sobre la reducción de la jornada laboral. Entre los socios y el gobierno, otra palada de desconfianza porque sigue gripado el motor de una auténtica política regenerativa. Una legislatura para olvidar, que, sin embargo, todavía puede empeorar bajo las amenazas de Catalunya y el hipotético rechazo a los Presupuestos.
La investidura de Illa continúa empantanada y el calendario apremia. Nadie quiere emplear la palabra maldita: repetición elección. Siempre confiando en el sempiterno acuerdo del último minuto. Quizá aquí se rompa la tradición. Los condicionantes exógenos son muy poderosos. El fantasma de un Puigdemont presente en el Parlament sobrevuela con consecuencias imprevisibles. Además, las negociaciones encarriladas entre coronales pueden quedar abortadas por la tropa militante de ERC. Cuando Marta Rovira acabe con el rosario de agasajos le quedará la decisión más trascendental que ahora mismo le quema en las manos. La solución al jeroglífico endiablado. Esa pancarta de los CDR delante de la sede de los republicanos independentistas mete el miedo en el cuerpo y, desde luego, representa todo un aviso a navegantes. Como si las elecciones y el último CIS catalán fueran flor de un día. Ahí radica el riesgo de no darse cuenta.