El juez Pedro Sánchez ha dictado sentencia sin necesidad de vista oral ni juicio: los independentistas serán amnistiados. Lo ha hecho como parte interesada, obviamente, asistido de una indudable intencionalidad discursiva para ablandar la cerrazón ególatra de Puigdemont y de su abogado. Y así, distender, desde la atormentada tarde del pasado martes, el clima de zozobra que se ha apoderado del debate de la ley de amnistía, de la inevitable persecución judicial y, especialmente, de la amenazada estabilidad parlamentaria. Un guiño provocativo del presidente para reconducir sin demora una apremiante negociación que se abrirá sin duda y que se verá sometida a los focos fiscalizadores de una oposición en guardia sobre cada coma que altere el dictamen original, vetado incomprensiblemente por Junts.
Posiblemente, García Castellón ni se ha inmutado al escuchar a Sánchez en Bruselas. Ni se siente intimidado por esta presunción absolutoria ni le altera su hoja de ruta, basada en el acoso a los encausados del procés y en el derribo de la ley del perdón. Este juez, propenso a demasiados tropiezos en sus instrucciones, sabe que ha metido el miedo en el cuerpo de Puigdemont con sus recientes pesquisas y resoluciones de alto voltaje y de desmesurado acento político. Solo así, desde una inquietante sensación en Waterloo de verse atrapados judicialmente por algún recoveco, se puede encontrar una mínima razón lógica para entender un rechazo a la actual propuesta de amnistía, que no comparten los restantes 1.500 encausados. Como si fueran almas gemelas, al igual que ha hecho salomónicamente Sánchez erigiéndose en juez y parte del debate sobre la causa terrorista, también Puigdemont ha obrado por su cuenta y riesgo jugando en este caso con el destino de cuantos centenares de rebeldes creyeron en su asalto al Estado agitando escuelas, calles, trenes y terminales de El Prat.
En Junts saben que se han equivocado con el intempestivo veto. Detectan mayoritariamente un pestilente olor a egoísmo que asaetea la imagen del partido de cara al enfrentado mundo del soberanismo catalán. Al menos lo reconocen las mentes más sensatas, donde no tienen cabida, claro, bolcheviques como Laura Borràs o Miriam Nogueras. Por eso no vuelven la cara a reanudar unas perentorias negociaciones con el PSOE. Una vía de urgencia para enmendar el error por medio de subterfugios, que los hay en caso de compartir una voluntad por salir del atolladero. Ahora bien, cada paso que ambas partes afronten será analizado dentro de la mesa exprimiendo al límite la prudencia legal y, fuera, con la lupa de la oposición y de la derecha judicial, y ya algo más lejos, de esa UE cada día más horrorizada por la depauperada imagen institucional y partidaria de España.
Las dificultades se suceden
Como no podía ser de otra manera en semejante escenario emponzoñado, parecen multiplicarse los palos en la rueda contra la viabilidad de una ley de amnistía, ahora mismo en el limbo. A la consabida vigilancia judicial sin desmayo en el Supremo y en la Audiencia de Barcelona, se une la acechanza reglamentista de varios letrados del Congreso que ni siquiera ven la posibilidad de un nuevo dictamen. Les basta exprimir el hecho de que al haberse rechazado la tramitación en el pleno la normativa no permite, al parecer, una segunda oportunidad para la comisión. Semejante animadversión y empeño, siquiera dentro del marco legalista, llena de hondo regocijo al PP, donde, paradójicamente, algunos dirigentes más curtidos por los desengaños siguen sin tener muy claro cuál es el grado de repercusión negativa de este incansable debate dentro de la masa electoral.
Mientras se entrecruzan las llamadas apelando al diálogo entre socialistas y neoconvergentes, Galicia espera tensionada. No hay tiempo para la calma en medio de tanta convulsión. La doble opción de una influyente pérdida de la mayoría absoluta del PP en clave nacional abrasando a Feijóo o, por el contrario, la incapacidad manifiesta de la izquierda para alcanzar el poder, flagelando así al actual Gobierno de Sánchez, agitarán una campaña en la que van a volcarse con denuedo los líderes y las lenguas más afiladas de sus respectivos cuarteles. Una vez que no ha calado la incidencia de los pellets en las encuestas para desdicha de la oposición y de sus entregadas redes mediáticas, no hay más debate electoral para desgracia de los votantes gallegos que la amnistía, Puigdemont, qué Feijóo existe de verdad, y cuál será el índice de abstención. Y así otras dos semanas.