Siempre se puede empeorar. El PP así lo hace. Comienza otro año tan ofuscado como el anterior. Sin propósito de enmienda. Contumaz en el error, bien solo o en compañía de Vox. Propenso a trastabillarse hasta el ridículo sin percatarse siquiera de que es un partido supuestamente adherido a una lógica responsabilidad de Estado. Adolece de visión estratégica, atrapado por esa maraña de intereses que sobrevuelan Génova y la Puerta del Sol. Con la inesperada ceguera de Feijóo y su desnortada cohorte, el reinado de Sánchez podría no tener fin. Aquel globo azul del 28-M se desinfla a soplos agigantados por la carencia de una política alternativa consistente, envuelta en sonoros bandazos, algunos inquietantes. Jamás tuvo la derecha un escenario más propicio para enjaretar una alternativa solvente. Sin embargo, ni está en ello ni se le espera que lo articule en mucho tiempo.

Patinazos como el culebrón de esta semana ajan la credibilidad de los populares. Quizá porque no tienen la cabeza fría desde que vieron esfumarse la mayoría absoluta. Tampoco porque, de momento, sigue sin resquebrajarse España. Además, el crecimiento de medio millón de empleos suena como un certero mazazo en la labor de oposición y el bolsillo del ciudadano medio aguanta. Más aún, prisioneros de una irritante visceralidad que les genera su permanente obcecación, ni siquiera aciertan al proyectar su mensaje. Resulta imposible imaginarse que el primer partido de la oposición carezca de un portavoz parlamentario solo un poco menos torpe que Miguel Tellado. Causó sonrojo su impericia al desdecirse en apenas unas horas sobre una cuestión tan mollar como la toma de temperatura de su partido con Junts. Una polémica que ya había sido liquidada en su día por el propio Feijóo sin que le ocasionara demasiadas goteras. Esta mediocridad genera mayor intranquilidad justo ahora que se avecinan debates de enjundia en el Congreso. No solo es cuestión de fidelidad a tu presidente ni de llevar un cuchillo verbal en los dientes.

Bien es cierto que tampoco ayudaron a Tellado en su particular sofoco quienes articularon la descabellada propuesta jurídica del PP de ilegalizar a aquellos partidos que osaran plantear la independencia o referéndums ilegales. La explicación se antojaba inverosímil porque la iniciativa buscaba la cuadratura constitucional del círculo, más allá de caminar hacia el fracaso asegurado en su debate. En el fondo, no es otra cosa que la fatalidad de querer ir más allá en el ardor patrio. Ni siquiera fueron capaces sus desatinados inspiradores de recordar cómo hace cuatro años aquel Sánchez era partidario de declarar ilegal ese mismo tipo de consultas. Así perdieron una atinada oportunidad de seguir afeando la estruendosa caída del caballo que supone su actual abrazo al independentismo. Lamentablemente para su solvencia, en el PP solo tenían ojos para seguir mirando por el retrovisor qué hacía Abascal. Una fatídica costumbre para su imagen y que, dicho irónicamente, quizá les impidió darse cuenta del grotesco apaleamiento en tiempos navideños al muñeco figurado de Sánchez y así pronunciarse con una denuncia tajante y, desde luego, más rápida. Una ocasión fallida, sin duda, para desnudar a quienes en su momento fueron incapaces de criticar escenas similares de signo contrario y con sesgos de indudable violencia callejera.

Vox sigue siendo ese compañero tan necesario como incómodo para el PP. Una de cal y otra de arena. Ahora toca marcar distancias con la vista puesta en las elecciones gallegas. Nada más propicio que sumarse a la justificada reprobación en el Ayuntamiento de Madrid del matón fascista Ortega Smith, a quien la democracia acoge en un ejercicio de desmesurada magnanimidad. Un rechazo en el que el alcalde Almeida ha puesto especial énfasis, pero que será desoído para quien desde su despreciable xenofobia sigue sin asumir los imprescindibles rigores del entendimiento entre diferentes ideologías.

La fatídica reiteración, sin fecha de caducidad, de este tipo de espectáculos denigrantes en el ámbito callejero, asociado a la (ultra) derecha, solo favorece a la izquierda gobernante. Tanta sinrazón durante demasiadas semanas desvía la repercusión del ruido –que existe en muchos y diversificados círculos– causado por los efectos de la futura ley de amnistía y por la deriva a corto y medio plazo de las exigencias incansables de socios como Puigdemont, tan poco fiables por su conocida volatilidad estrafalaria. No hay peor ciego que quien –léase PP– no quiere ver cómo se está disparando un tiro en el pie.