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Madrilgo Gortetik

La ballena tiene la culpa

La ballena tiene la culpaN.G

Resultó el guion previsto. Mañana pasará lo mismo. Feijóo se queda a cuatro votos de la gloria definitiva. Le mantiene el pírrico consuelo de haber ahormado una alternativa sólida al bloque progresista a cambio de quedarse sin nuevos amigos, quizá para mucho tiempo. Una investidura fallida para el presidente del PP por culpa, fundamentalmente, de esa connivencia con una ballena de tamaño considerable, como figuradamente definió Aitor Esteban a Vox, y de un discurso patriótico sostenido tan solo en la inflexible aplicación del imperio de la ley. Queda así abierto el momento Sánchez. Una ardua conquista por el voto independentista catalán, plagada de espinas por las endurecidas exigencias planteadas de saque. Bien lo sabe la izquierda, pero su ansia de poder lo hará posible, aunque lo deba hacer con la nariz tapada. Todo sea por frenar al fascismo. El nuevo lema.

Feijóo metaboliza su pronosticada derrota con una sensación agridulce y la escopeta recargada. Queda relegado, sí, a jefe de la oposición con el mayor número de diputados cuando le habían cantado al oído que iba a gobernar España de mano, pero siente, también, que no tardará en llegar una nueva oportunidad para intentarlo. Escruta el panel reivindicativo y de hostigamiento exigente de Junts y ERC, por un lado, o el quejido permanente de Podemos en Sumar, por otro, y cree que el bloque de 178 diputados puede crujir a medio plazo. A cambio, se olvida de que solo otras elecciones con un mejor resultado pueden cambiar su destino. Hasta entonces, seguirá prisionero de su alianza con la ultraderecha. Se lo explicaron muy claro Mertxe Aizpurua, primera en abrir la sesión de ayer, y el portavoz del PNV, después, así como desde el BNG. Así las cosas, disponer del pálido apoyo de UPN y Coalición Canaria –ésta puede cambiar de bando fácilmente– le deja postrado en el rincón de la melancolía.

Ese Madrid derechizado, alérgico al sanchismo, se ha desvivido durante varias semanas por atraer al PNV al redil de Feijóo, apelando a razones de estrategia económica. Como en más de una ocasión cuando se trata de asuntos periféricos, la ceguera y ansiedad cortoplacista de estos sectores les ha impedido analizar con acierto la raíz de la ecuación. Esteban les despejó la duda: el PP nunca tendría la mayoría suficiente con sus votos porque habría que restar entonces los 33 del grupo de Abascal. Y no le saldrían las cuentas. Ahí radica la gran ventaja para las aspiraciones de la izquierda, ahora y más adelante.

A Feijóo le duele el PNV. Por eso intentó el acercamiento hasta quemar la culata en alguna de sus frases. Con EH Bildu, en cambio, no tuvo contemplaciones. Se mostró orgulloso, incluso, de no recibir sus votos y que vayan para Sánchez después de pedir un cordón sanitario contra la izquierda abertzale. Fue un rechazo recíproco. Aizpurua se había refugiado en el castellano para que entendiera claramente su voto negativo, justificado, dijo, en su apuesta por “el antifascismo y la defensa de la clase trabajadora y de la nación vasca”. El candidato no dudó en recordarle a cuántos trabajadores vascos y a cuántos miembros del PP había asesinado y amenazado ETA. En todo caso, como fotografía de situación, Feijóo debería retener el masivo rechazo que su línea política, territorial y social, y de entendimiento con Vox provocan en el electorado vasco, al igual que en el catalán.

Más allá del anecdótico fallo del socialista Herminio Sancho al apoyar a Feijóo, y que rápidamente subsanó una secretaria del partido desde la Mesa, la doble sesión plenaria confirma, especialmente, el tiempo perdido. Dos meses después de las elecciones, sigue sin resolverse la principal incógnita: qué decidirá Puigdemont. Según pasan las horas, la derecha se estremece escuchando la escalada de imposiciones catalanas porque se imagina la magnitud del chantaje al que Sánchez parece dispuesto a conceder ahora, tras haber abjurado siempre de semejante propósito. Posiblemente, también la izquierda sienta cierto vértigo, intuyendo el alcance de las variopintas reacciones, incluidas las judiciales, que se irán sucediendo. Sencillamente, el bloque progresista cerrará los ojos y dará el paso adelante al tiempo que despliega un infatigable ejercicio pedagógico para amainar el ventisco temporal. Comienza la cuenta atrás, por tanto, de un proceso para el que el PP pide la máxima transparencia por el envite que entraña y que el líder socialista silenciará al límite como ha hecho durante estos dos días, en un gesto de escaso respeto institucional. No obstante, Puigdemont se encargará de retransmitir el minuto a minuto del partido. A fin de cuentas, baraja el as del triunfo desde su mano por mucho que se empeñen Junqueras, Aragonès y Rufián en hacerse un hueco en la rebelión.