50.000 viviendas para alquilar; visita a Biden en la Casa Blanca; Primo de Rivera, fuera del Valle de los Caídos como hizo con Franco. Para que te vayas enterando, Feijóo. Con el BOE en la mano, la catarata de guiños electorales de un presidente de Gobierno desarbola a los enemigos. Así lo entiende Pedro Sánchez, sin escrúpulo alguno para avasallar a sus rivales, en especial a la derecha que le atosiga y a la que odia con todas sus ganas, que son muchas. Otra cosa es que anuncie maliciosamente una oferta de viviendas imposible de cumplir, pero tampoco le altera el rictus porque sabe que al hacerlo se lleva puesto el rédito mediático. Peor aún, que una de las leyes fetiche para toda coalición de izquierdas que se precie acabe marchitada por el apoyo del PP y dinamite, tras el escarnio de un debate a voz en grito, la convivencia insoportable entre PSOE y los enrabietados guiñoles de Pablo Iglesias.

Malos tiempos para la lírica gubernamental. La tormenta electrizante del sólo sí es sí desnuda con su patético desenlace parlamentario una alianza sin otro compromiso ya que alargar ochos meses más su pésima convivencia por un descarado interés de mantenerse en el poder, de manera especial el bando más débil. Resulta letal para la credibilidad de la izquierda esa imagen de un PP entusiasmado por haber salvado la reforma de una ley que debió ser concebida en su origen como un bien absolutamente imprescindible en la protección de la mujer mientras PSOE y Podemos agachaban la cabeza y digerían su desolación por su manifiesta incapacidad. Este rejonazo en el Congreso fue lacerante. Así quedaba definitivamente destrozada una coalición por la vía de los hechos palmarios. Sin embargo, seguirá rastreándose a duras penas sin escrúpulos a cambio de un desgaste que podría tener en la noche del 28-M su primer termómetro de situación.

Hay incomodidad en Moncloa, que no preocupación, por esta crisis evidente que sirva para envalentonar a la oposición en un momento especialmente delicado por aquello de las vísperas electorales. Los datos del CIS sirven de consuelo al equipo del presidente. Las previsiones de Tezanos reflejan el plan soñado por Sánchez cuando ideó mimar a Yolanda Díaz para desesperación y progresivo destierro político de su odiado Iglesias. Y como guinda del pastel incorporan de regalo el fracaso de Feijóo como enésima esperanza de los populares. Debería tenerse en cuenta para un análisis más ponderado que esta encuesta fue anterior al espectáculo del penoso divorcio vivido en torno al sólo sí es sí, aunque los errores y sus causantes eran conocidos por todos.

También Marruecos echó sus gramos de sal a la herida de este (des) Gobierno. Sánchez discrepa de Sumar y Podemos –los otros dos partidos representados en el Gobierno– sobre las relaciones con esta descarada dictadura africana. Pero no están claras sus razones. Al menos, al presidente le cuesta justificarlas más allá de una retahíla de palabras huecas, a modo de sermón que diría Abascal. Le ocurrió en el último pleno, donde ERC extendió sin tapujos la sombra de la sospecha que envuelve este giro copernicano del líder socialista, que coincidió casualmente con las escuchas del Pegasus, aún sin resolverse. Pese a todo, el descosido de esta estrambótica ciaboga tampoco sufrirá penalización alguna en las urnas. Será tan sólo otra muesca más del carrusel de desavenencias.

En cuestión de divergencias todas las miradas se dirigen al mismo nido. El camarote de la izquierda progresista nunca deja indiferente a nadie. La ensalada de hostias (sic) que Iglesias dijo haber recibido de Díaz por televisión escruta con crudeza de un plumazo la radiografía fiel de una amistad quebrada, de un pulso personal soterrado, de una diferenciada estrategia política y de un entendimiento complicado ahora y especialmente imposible a partir de las próximas elecciones locales y autonómicas. El previsible descalabro de Podemos y su manifiesta incapacidad para apuntalar gobiernos de izquierda desnudarán las exigencias de su incuestionable líder para confluir en Sumar.

Y sin escrúpulos, desde luego, el emérito. Protagoniza con mucho menos boato otro desafiante regreso, empujado por esa cohorte de nostálgicos juancarlistas que le radian una realidad inexistente sobre su contrastada culpabilidad. Una indigesta visita para su hijo, que se ve obligado a contraprogramarle con un discurso sobre la importancia de la ética como si fuera una partida de ajedrez en remoto entre ambos, o más bien entre sus respectivos escuadrones.