Se llama efecto Streisand y tienen su definición con la explicación pertinente del nombre y el origen en la Wikipedia. Viene a ser levantar una liebre a la que nadie miraba o, en otra expresión popular, que te salga el tiro por la culata. Es lo que le ha ocurrido a un fulano llamado José Diego Yllanes, condenado en firme (aunque también en corto y con facilidades que no reciben los criminales del montón) por el homicidio de Nagore Lafagge en los Sanfermines de 2008. Escribo homicidio y no asesinato porque estoy hablando de un tipo con aldabas y me consta que me puedo encontrar con un burofax amenazándome con mi ruina; mejor me muerdo la lengua y las teclas. Pero, a lo que iba. Resulta que el individuo y su rutilante representante legal fueron a los tribunales a por lana y han salido con un trasquilón del quince. Exigían, en nombre del “derecho al olvido”, que se borrase de internet toda referencia al caso. Con muy buen criterio -al César lo que es del César-, la Audiencia Nacional dictaminó, dicho en poco fino, que y una mierda

Ya no solo por la libertad de prensa o la de expresión, sino por puro respeto a la verdad, no se pueden ocultar unos hechos tan ciertos como que el tal Yllanes arrebató despiadadamente la vida de una joven de 20 años, como recoge la sentencia, “con el agravante de superioridad”. Como apunto en las primeras líneas de este texto, la justicia poética ha querido que el hoy psiquiatra en ejercicio (manda quintales de bemoles) haya vuelto a la primera plana de la actualidad con el recuerdo redoblado de su fechoría. Me felicito por ello, del mismo modo que llamo a la reflexión sobre el asunto a los que, celebrando hoy lo de Yllanes, nos exigen que olvidemos los asesinatos de Kubati o los que ordenó cierto jefe de ETA que tiene cargo orgánico en EH Bildu. Memoria.