Ahora que la mayoría de las plataformas audiovisuales anuncian la subida de precios (¡Incluso de las tarifas para toda la vida!), se agradece disfrutar gratuitamente de una serie que, de momento, no le va a la zaga a las más adictivas del catálogo de ficción.

Sospecho que, como todas las tramas de corrupción, llegará un momento en que perderá el interés y la seguiremos de refilón, pero, por ahora, el caso Koldo, ya convertido sin remisión en caso Ábalos, está resultando altamente jugoso.

En el capítulo no sé si doble o triple de ayer tuvimos al protagonista de gira por estudios radiofónicos y algún que otro plató televisivo. Con esa voz que no desmerecería en cualquiera de las entregas de El Padrino, el tipo fue dejando recaditos aquí y allá a sus ya antiguos conmilitones.

Cerdán en la diana

Uno de los nombres que más veces salió de sus labios fue el de nuestro muy conocido Santos Cerdán. En las primeras intervenciones, como buen hijo de banderillero, le dejó al de Milagro unos cuantos palitroques clavados en el lomo, empezando por algo obvio: fue el hoy número 3 del PSOE quien apadrinó (otra vez la alusión cuasimafiosa) a Koldo García en su salto de la política navarra a la española.

Es verdad que en la siguiente tanda de entrevistas fue recogiendo cable y hasta mostró una especie de solidaridad parda con quien ocupa el despacho de Ferraz que un día fue suyo. “Para Santos está siendo muy duro todo esto”, afirmó, antes de dejar caer que el que le exigió la entrega del acta “no actúa motu proprio”. Como aliño, una retahíla de dolientes acusaciones de falta de humanidad y de ingratitud a los dirigentes y significados militantes de su expartido que lo arrastran en el fango para salvar sus culos.

Se trata de una huida hacia adelante de libro. Ábalos es el Lute de los años 60 del pasado siglo, conminado a caminar o reventar. O el personaje del célebre tango de Discépolo Yira, descubriendo que están secas las pilas de todos los timbres que aprieta y que, a estas alturas de su caída en desgracia, no puede esperar una ayuda, una mano ni un favor.

Como consuelo, quizá ver que arrastrará en su rodada a más de dos de los que reniegan de él. Y el escaño del Mixto, sin estrenar.