Elecciones al Parlamento Vasco el 21 de abril. Ninguna sorpresa, por supuesto. Era la fecha que manejábamos todos, primero como hipótesis más razonable, y desde hace cosa de un mes, con la certeza que nos aportaban las fuentes directas. También es cierto, y creo que ahora no es indiscreto revelarlo, que en el calendario inicial la idea era que el anuncio se produjese el próximo lunes y no ayer.

Es un detalle menor, pero confieso mi curiosidad sobre el motivo del cambio. Del mismo modo, no oculto la sonrisa malévola ante el patinazo de los aprendices de brujo que, no respetando ciertas leyes no escritas de mi oficio, quisieron anotarse el scoop. Una noticia que tiene todo el mundo no es una exclusiva. Pero allá cada cual.

Un pacto sólido

Descontando lo anterior, que los acontecimientos se hayan desarrollado conforme a lo esperado es la más fiel seña de identidad de Iñigo Urkullu como persona y de los tres gobiernos que ha liderado en el complicadísimo periodo 2012-2024: la capacidad de ser previsible y la alergia a los bandazos. Puede que eso dificulte el trabajo a quienes pretenden vender mediáticamente la política como espectáculo, pero es muy positivo para la ciudadanía.

De la comparecencia para abrir el camino a las urnas –16 minutos de alocución y 23 de respuestas a las preguntas de la prensa–, merece la pena destacar la sincera gratitud que mostró hacia todas las personas que han compuesto sus equipos en estos doce años, reconociendo expresamente el compromiso y la lealtad de las consejeras y los consejeros del PSE.

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Es una muestra de generosidad, sin duda, pero también una declaración de principios sobre la vigencia de un pacto que, habiendo tenido que sortear no pocos momentos incómodos, ha sido capaz de primar el bien común sobre los particulares de cada formación. Es difícil encontrar esa sintonía dentro de las diferencias (enormes, en muchos aspectos) en cualquier otro gobierno de coalición.

Lo demás cae por su propio peso. Basta ver las imágenes de las y los candidatos a lehendakari para tener claro que, ocurra lo que ocurra el 21 de abril, caminamos hacia el tiempo del relevo generacional en la política vasca. Pura ley de vida, en todo caso.