Estuvo atinado mi querido antiguo jefe y (todavía durante unos meses) portavoz del Gobierno vasco, Bingen Zupiria, cuando pronosticó que nos viene una campaña “de guante blanco pero con movimientos organizados por debajo de la mesa para hacer el juego sucio”. Me permito, aun así, matizar que estoy convencido de que eso se aplicará, sobre todo, al tencontén entre las dos primeras formaciones del país, en el que EH Bildu tendrá una actuación beatífica mientras externaliza a sus contratistas habituales el embarramiento sistemático del patio, y el PNV, si aprendió algo de las últimas dos contiendas, evitará la tentación de ir al choque con profesionales de la reyerta y el victimismo verduguil.
En cuanto a los otros partidos, apuesto y gano porque ya lo estamos viendo, que se fiará todo al trazo grueso -miren a Andueza alertando de un procés a la vasca o acusando a su todavía socio hasta de la muerte de Manolete- o, directamente, al ladrido insistente del dóberman que unirá en curioso cóctel de aspirantes a pillar las migajas a Vox, PP y las dos marcas de la izquierda no soberanista que han vuelto a homenajear La vida de Bryan y se presentan por separado. Eso, en cuanto a las fuerzas que, cuando toque, registrarán sus candidaturas. La otra batalla se lidiará en el flanco mediático. Los que no tenemos nada que ocultar -y hablo de los afines a las dos grandes siglas del soberanismo; no solo de aquella con la que yo simpatizo- iremos a pecho descubierto. Enfrente, tendremos, es decir, ya tenemos, a quienes, pasándose por el forro los requetemínimos de la deontología profesional, ni quitan ni ponen rey pero ayudan a su señor con titulares en torrentera en los que se vende la especie de que la batalla electoral es entre el todavía lehendakari y el elegido en Sabin Etxea para aspirar a sucederlo. Pufff.