Entre la obligación profesional y el puro vicio, dediqué un par de horas de la tarde de ayer a ver y escuchar lo que se cocía en el punto del plenario del Parlamento Europeo dedicado a la todavía no nata ley de amnistía española. De entrada, me pareció que la denominación plenario quedaba muy larga para el aspecto desangelado de la cámara, en este caso, de Estrasburgo.

No solo es que hubiera pocos asientos ocupados; es que la mayoría de los presentes eran eurodiputados electos por el Estado. Así que la pretendida internacionalización del asunto sobre la que se engorilan los proponentes políticos y mediáticos quedaba más que en entredicho.

Como mucho, se llegó a la traslación de la bronca en las Cortes españolas al Parlamento de la UE con el añadido de una panda de frikis de otras nacionalidades haciendo gala -con algunas honrosas excepciones- de un desconocimiento supino de la realidad política e institucional española.

Y el comisario, a verlas venir

También es verdad que, pese a la extravagancia de algunas señorías de otros estados, quienes se llevaron la palma en hiperventilación y sobreactuación fueron las y los representantes del reino borbónico. Qué sofoco, asistir a las arengas cuarteleras de Dolors Montserrat, Jorge Buxadé o el requeteínclito Hermann Tertsch del Valle Lersundi. Y qué rostro de alabastro, el de los mencionados, conspicuos pisoteadores de los valores democráticos más primarios, rasgándose las vestiduras en falso por no sé qué atentado al Estado de Derecho, la separación de poderes, y me llevo una. Anda y que los ondulen con la permanén.

O que los ondulen con la realidad pura y dura, que es que, pese a lo que chillen los titulares ultramontanos, la Unión Europea no ha emitido el menor comentario crítico sobre el proyecto de ley.

Todo lo que dijo el comisario de Justicia, Didier Reynders, fue que el gobierno de los 27 “se mantendrá vigilante”. Punto pelota. Exactamente lo mismo que podría haber declarado respecto a una norma sobre el cultivo de pepinos. Casi dio pena ver al hombre llevando el balón al córner para no quedar del todo mal ni con tirios ni con troyanos. Y al final, quizá lo consiguió.