Gigante de la comunicación y de la bonhomía que nos acabas de dejar sin avisar: Te han dicho tantas cosas tan bonitas, tan sentidas y tan ciertas, que creo que no puedo aportar nada más. Por esas paradojas de la vida —¡y de la muerte!—, el inmenso dolor por tu pérdida ha venido acompañado por el reconfortante aluvión de cariño verdadero de quienes te conocieron, igual en el plano cortísimo, que, simplemente, desde el otro lado de las ondas o del ejemplar del diario. Mi abrazo para todos los compañeros —Lusa, Arruti y tantos más— que crecieron a tu sombra y para los que fuiste siempre antes un amigo que un jefe. Qué pena que no hayas escrito esas memorias que habrías titulado con socarronería La verdad es que... Hasta siempre.