Guerra espectáculo

– No les engañaré. Este es otro más del quintal de artículos de aluvión sobre el primer aniversario de la invasión rusa de Ucrania. Les va a aportar entre poco y nada, si bien alego a mi favor que lo estoy tecleando desde mi mesa de la redacción. Buena parte de la metralla informativa que nos están disparando a cuenta de la efeméride sin mucho más valor añadido viene desde el teórico lugar de los hechos. Da para pensar que al turismo político con efectos propagandistas y previo paso por caja, se haya sumado el turismo mediático de guerra. No hablo, por supuesto, de enviadas y enviados especiales que llevan un congo de guerras a las espaldas y que de verdad saben de qué va la vaina, sino de las starlettes que acuden a por el selfi y a marcar paquete. Luego, pasan cosas más cerca y con miga suficiente para ser contadas, y lo que brilla es la ausencia, salvo, claro, que esta institución pública o esta empresa privada pasen por caja. Males de mi oficio en crecimiento exponencial: una guerra con decenas de miles de muertos se trata como espectáculo.

Nos duele el bolsillo

– Matizo. Solo como espectáculo en los momentos que marca el guion. De estos doce meses, la operación rusa de castigo ha merecido atención en los dos primeros. A partir de ahí, si no mediaba una matanza descomunal, el conflicto pasaba a segundo o tercer plano hasta la siguiente fecha redonda. Y si el interés no ha sido aún menor es porque los efectos de lo que ocurre nos están llegando acá en forma de zarpazos en el bolsillo. La consecuencia inmediata de esa circunstancia es que flojea el apoyo al pueblo ucraniano que mantuvimos al principio. Echen un vistazo a su alrededor y, salvo que se muevan en un ambiente de convicciones de hierro, verán que empieza a cundir la idea de que no merece la pena alargar más la agonía. Lo llaman “solución diplomática”, pero todos sabemos que quieren decir rendición.

¿Nos rendimos?

– ¿Ha llegado de verdad el momento de echar pie a tierra? En realidad, es lo que llevan, no ya sugiriendo, sino casi exigiendo algunos de los que, curiosamente, en otras luchas dignas que acumulan decenios –Palestina, el Sáhara– abogan por la resistencia de David ante Goliath. Ni siquiera disimulan que si esta vez no se apuntan a la decencia de plantar cara al agresor es, en muy buena parte de los casos, por la inexplicable fascinación que sienten hacia Vladímir Putin, al que no son capaces de ver (y menos, claro, de denunciar) como el sociópata sin entrañas que está perpetrando la masacre de los ciudadanos de un país soberano.