Lo de la “cultura de la cancelaciónes un invento de los fascistas, proclaman los más progres del lugar. Claro, claro. Por eso una ikastola del barrio getxotarra de Romo -zona casta y rebelde donde las haya- ha tenido que suspender la participación de la chavalada en el desfile de Carnaval para que no cayera sobre ella la ira en forma de denuncia judicial de una asociación de familias que acusaban al centro de racismo. Como quizá ya sepan -y si no, se lo cuento para su pasmo y vergüenza-, la alucinógena imputación se basaba en que la ikastola había tenido la idea de elegir las culturas del mundo como inspiración para los disfraces de las criaturas. Fíjense que lo que hace apenas unos años habría sido aplaudido como iniciativa a favor de la diversidad y de la multiculturalidad por esos mismos guardianes de la ortodoxia ha acabado siendo motivo de anatema, excomunión y quema en la hoguera.

No he elegido los símiles religiosos al tuntún. Por desgracia, la Inquisición se ha reencarnado en los tipos y las tipas que se reivindican como los depositarios de las ideas más avanzadas. Perdonen la procacidad, pero es para mear y no echar gota que, en el siglo XXI, la carcundia nacionalcatólica haya cedido su lugar a una izquierda no ya aburrida y cascarrabias, como creí entender en un artículo muy inspirado de Daniel Innerarity, sino directamente rancia. Tanto, como para decretar que disfrazarse de árabe, africano, chino o inuit es una afrenta intolerable. Si lo piensan, en realidad, no hay disfraz que no sea ofensivo para estos santurrones. Franco, que prohibió los carnavales, seguro que aplaude desde el más allá. O desde el más acá.