Se frotan las manos

El españolismo mediático da por muerto el procés. Toma como argumento definitivo la deslucida Diada del pasado domingo y, sobre todo, los graves insultos que se vieron y escucharon entre las diferentes familias del soberanismo. O, para ser más fieles a la realidad, de la parte encarnada por Junts frente a la parte que representa ERC. Los carteles y los gritos acusando de botiflers (traidores) a Aragonès, Junqueras o Rufián, entre otros, han sido un caramelo para ilustrar las piezas informativas que pretendían vender la especie del final del movimiento que se reactivó hace diez años y que hace cinco tuvo su momento álgido en el referéndum no evitado del 1-O. Personalmente, y como siempre he defendido, pienso que el unionismo rojigualdo canta victoria antes de tiempo. La Historia no es algo que se haga en un ratito. No sé si por encima, por debajo o al mismo ras de la guerra abierta entre los partidarios de la secesión, hay una marea difícilmente reversible: la desafección de la ciudadanía catalana respecto a España no va a dejar de crecer.

El pecado original

Es, por lo tanto, una cuestión de tiempo que se logre el objetivo que se pretendió fijar para 2017, cuando no había nada ni remotamente parecido a unas condiciones objetivas. De hecho, si el procesismo sincero y el de salón que tanto floreció en Euskal Herria prescindiera de la querencia a engañarse en el solitario, reconocería que ahí estuvo el primer error. Se quiso vender la piel de un oso que ni siquiera había nacido. Por parte de muchos dirigentes (aquí ya, de todas las banderías) se cayó en la brutal irresponsabilidad de asegurar sin dejar el menor resquicio a la duda que se iba a conseguir lo que se sabía absolutamente imposible en aquel momento. Fiarlo todo a la épica de ser objeto de la brutal represión del Estado sirvió durante un tiempo. Luego, se impuso la lógica de la fuerza, que mandó a unos a la cárcel, a otros a la expatriación… y a otros, los más listos, a seguir manteniendo una cómoda vida.

Fácil para Sánchez

El gran éxito del Gobierno de Pedro Sánchez ha consistido en profundizar en la grieta que ya existía en el catalanismo. En lugar de las porras de los piolines, se tiró de guante de seda: buenas palabras, mesas con parafernalia aparentemente bilateral, azucarillos en el Congreso de los Diputados y, de vez en cuando, hacer como que se mordía el polvo. Solo con eso, unido al creciente y cada vez más indisimulado desdén que se profesan los todavía socios en el Govern se ha conseguido dar la sensación de que el procés está amortizado. Divide y...