Gracias a Dios, han finalizado las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de Norteamérica. El resultado, lo tengo que reconocer, me ha dejado traspuesto porque deseaba con todo mi alma que saliese victoriosa Kamala Harris, y no solo para que fuese la primera presidenta del país, sino porque, teniendo en cuenta la edad de Donald Trump, me imaginaba que la pérdida de las elecciones conllevaría su desaparición del panorama político. Pues bien, tal y como dice el dicho popular, ¿no quieres taza? pues toma taza y media.

Además, como a uno le gusta más la política que a un tonto una gorra de cuadros, resulta que tras esta larguísima pre-campaña y campaña, sé mejor los condados de los siete estados bisagra que las comarcas de mi territorio histórico o de algunas comunidades autónomas cercanas. Es lo que tiene centrarse en lo lejano para hacer un inmejorable ejercicio de escapismo de lo cercano. Evadirse, que diría aquel.

Sabemos que los ganaderos gallegos, productores de carne de vacuno, andan levantados en armas por los bajos precios en su comunidad que les empuja a sacar sus terneros a cebaderos de otras comunidades, más al sur, que están pagando mejor por los becerros.

Sabemos que las lonjas del Estado, donde se fijan, más o menos, los precios de los terneros y vacas, andan subiditas de tono porque, dicen, falta oferta de animales por razones sanitarias y socioeconómicas. Sabemos que el mercado cárnico estatal anda tensionado por el tirón de las exportaciones, principalmente, a países del norte de África, lo que está provocando una situación tal que puede conllevar una falta de carne en los mercados.

En definitiva, sabemos lo de allí, sabemos lo de más allá y me pregunto, ¿qué sabemos de lo que está ocurriendo más cerca, a nuestro alrededor y, si me apuran, en nuestras explotaciones?

Pues bien, este juntaletras, que algo le queda de su formación de ciencias, es bastante aficionado a mirar los números, esas cifras que, la mayoría de las veces, ponen negro sobre blanco lo que uno ya intuye y, algunas veces, nos sorprenden porque no somos muy dados a llevar la contabilidad de la actividad y nos conformamos con que, cuando vaya al cajero o recurra a una transferencia, pueda ejecutar la operación sin problema.

Recurro a las estadísticas oficiales, recogidas en el observatorio de costes del Gobierno Vasco denominado Behatoki y constato que el coste de producir un kilo de carne de ternera es de 8,19 euros. Mientras tanto, tal y como recoge el Behatoki, el precio en origen, o sea en el caserío, es de 5,70 euros. Es decir, el precio medio que percibe el ganadero es 2,49 euros/kg menor a sus costes de producción.

Estos datos son de Euskadi, pero me temo que, si los ganaderos hiciesen sus números integrando todos los costes de producción, incluido el sueldo del ganadero tomando como base la renta de referencia ministerial, la situación sería equiparable al conjunto del Estado.

Recurriendo al dicho eibarrés, cuantos más tornillos produzco, más dinero pierdo, los ganaderos de vacuno en Euskadi, cuanto más producen, más pierden y por eso, algunos de ellos, muchos diría aquel, han optado por no engordar sus terneros y enviarlos a otras explotaciones dedicadas al cebo, tanto si son de aquí, como si son de otras comunidades autónomas.

Porque como decían los gallegos, el mercado de las comunidades del sur, tensionado por la exportación y por la falta de terneros, paga mejor que los mercados de la cornisa donde, tradicionalmente, los terneros nacidos en rebaños de vacas nodrizas, hasta ahora eran cebados en la propia explotación.

Y usted se preguntará, si los ganaderos perciben 2,50 euros menos por kilogramo de lo que realmente les cuesta producirlo, ¿cómo es posible que sobrevivan?. Sencillo, los ganaderos destinan a sus vacas todos sus dineros provenientes de la venta de la carne pero, como resulta manifiestamente insuficiente, se ven obligados a “tapar agujeros” destinando al ganado tanto las ayudas de la PAC, en teoría desligadas de factores de producción y vinculados a parámetros medioambientales, como las ayudas especiales por motivos específicos como el covid, la guerra de Ucrania, etc.

Aún así, ni con ello acaban de tapar el agujero, por lo que en muchos casos se ven obligados, aún no siendo conscientes de ello, a destinar parte del sueldo percibido por su trabajo en la fábrica, taller, etc. a taponar la sangría.

En definitiva, tenemos un sector ganadero, en gran parte vinculado a la marca de calidad Eusko Label, que percibe un precio algo más bajo que el que perciben los ganaderos de otras zonas por una carne no adscrita a marcas, IGP o denominaciones de origen, mientras tienen que cumplir y abonar por estar certificados y además, comprobar que la marca sí sirve para generar un valor añadido al que resultan ajenos.

Así de claro, así de sencillo.

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