Ando con los nervios a flor de piel por la invitación que me ha llegado para ir de telonero de Manuel Pimentel, exministro de Trabajo con Aznar, en la presentación de su libro La venganza del campo, el próximo 23 de mayo en Oñati. Leo con suma atención sus magníficos artículos, siempre en defensa del campo y de los profesionales de la actividad, por lo que me quiero imaginar que estaremos en un ambiente muy familiar.

Su estilo y destreza al escribir nada tienen que ver con el burdo estilo del juntaletras, si bien tengo que reconocer que, a pesar de mi torpeza, la cuestión es que todos, o casi todos, entienden a las mil maravillas lo que pretendo decir.

Los hay, desde el flanco enemigo, que dicen que soy un charlatán populista que busco el aplauso fácil de las gentes del primer sector, pero también los hay, desde el flanco más cercano, quienes me acusan de no dejar meridianamente claro lo que ellos quieren que diga.

Les entiendo y comparto ambas apreciaciones. A los primeros les aconsejo un poco de sal de frutas para la acidez. A los segundos les aconsejo que cojan un Bic y se pongan a escribir lo que ellos quieran.

Hace unas cuantas semanas, por otra parte, la sociedad vasca entendió perfectamente la protesta de tres asociaciones guipuzcoanas (Asociación forestal Baso Elkartea y las organizaciones agrarias ENBA y EHNE) que denunciaron unos actos de sabotaje vandálicos en unas plantaciones forestales en los municipios de Azpeitia y Zestoa donde, con tiempo y ayuda, talaron 7.000 plantas de criptomerias de aproximadamente 1,70 metros de altura.

La heroica hazaña de estos sinvergüenzas debió de ser motivo de orgullo para sus autores puesto que fue reivindicada públicamente en el diario Berria por un movimiento autodenominado Lurraren Altxamendua (Levantamiento de la Tierra) con una tal Ane Etxeberria Fernández como firmante que, para más inri, también reivindicó otro sabotaje en Berango (Bizkaia) con unas 3.000 o 4.000 plantas taladas y, sin ser con ello suficiente, podemos observar que dicho movimiento también reivindicó otro ataque en agosto del 2023.

Dicho movimiento, en sintonía con el movimiento francés de similar nombre, realiza sus sabotajes en contra de la actividad forestal puesto que, según su opinión, la malvada actividad forestal es una actividad destructora de la tierra, una actividad industrial que debe ser erradicada de la madre tierra y, si no lo consideran suficientemente perjudicial, comparan la acción de plantar árboles con los daños provocados por las obras del Tren de Alta Velocidad en el territorio vasco.

No se lo tomen a broma. Van en serio, muy en serio diría yo y, lo que es peor, cuentan con el respaldo de algunos grupos que difunden, pacíficamente, eso sí, mensajes muy próximos a dichos planteamientos con el silencio de la mayoría que, como otras veces, mira hacia otro lado mientras el sabotaje no les afecte a ellos mismos.

Las tres asociaciones antes mencionadas protestaron por dicho sabotaje y la Diputación Foral de Gipuzkoa salió respaldando el mensaje de dichas asociaciones y en defensa de la actividad forestal pero, personalmente, a pesar de que los grupos municipales del PNV en Azpeitia y Zestoa emitieron un comunicado al respecto, echo de menos la reacción oficial de los ayuntamientos afectados y de las Juntas Generales, que es la institución donde reside la voluntad popular del territorio histórico de Gipuzkoa.

Esta gentuza, hablando fino, no tiene el más mínimo respeto por la propiedad privada, pero tampoco la más mínima consideración con la actividad forestal que ellos incluso llegan a calificar como destructora del medio ambiente.

Y menos aún con el trabajo de miles de baserritarras y/o pequeños propietarios forestales que, a la incertidumbre generada por las enfermedades y plagas forestales de estos últimos años, observan con incredulidad, cuando no temor, la acción de estos comandos marcianos, por muy defensores de la Tierra que ellos se autodenominen, que ahora se erigen como los jueces que dictaminan lo que los propietarios deben plantar o no, o incluso si deben optar por abandonar el monte para que se autorregenere espontáneamente, tal y como algunos expertos en la materia plantean en sede institucional.

Por el contrario, no se les ha ocurrido la feliz idea de recabar fondos, con un crowdfunding que tan popular se está haciendo, que a fin de cuentas no es más que una campaña de micromecenazgo con el que abordar un objetivo preestablecido, y así, a través de una simple colecta, recabar los fondos necesarios para comprar fincas de monte y plantar las especies que más les molen o, en su caso, como decía anteriormente, dejarlo abandonado para que la madre tierra determine, por su sabiduría divina, qué hacer y qué es lo que va a crecer, o en su caso, qué es lo que no quieren que crezca en dicho terreno. Tan simple y tan sencillo.

Ahora bien, no debe de ser tan sencillo ni tan simple porque viendo lo que hacen, parece mucho más sencillo no invertir en crear o impulsar un bosque natural y sí, por el contrario, aleccionar a los propietarios forestales sobre lo que deben hacer, según la sabiduría divina de estos iluminados, en sus propios terrenos.

Una vez más, creo que me ha salido un artículo fácil de entender.

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