¿Quién dijo esto?: “Los niños de hoy aman el lujo en demasía. Tienen costumbres detestables, burlan la autoridad y no tienen respeto por sus mayores”. Frases del estilo, se oyen a diario, aunque lo de criticar a la juventud es más viejo que la tana. De hecho, la cita se le atribuye a Socrates, filósofo griego de antes de Cristo. Y ahí seguimos. He dejado pasar varios días para ver si así se me bajaba la desazón, pero que va. Un importante medio de comunicación volvía a reforzar el relato de que los jóvenes son el problema. En concreto, esta vez, se les acusaba de ser los culpables de que asociaciones y actividades sociales estén desapareciendo. Un fotograma más en la película diaria que nos describe a los mayores como los buenos, y a los jóvenes como los malos. Es curioso que siendo la generación de jóvenes más pequeña que ha existido nunca en Euskadi, ya que los que tienen entre 15 y 29 años, sólo son el 13,8%, tengan que cargar con la total responsabilidad de un problema que, no lo niego, es real. ¿Qué pasa con el resto de la sociedad? ¿La falta de relevo en las actividades altruistas no tiene nada que ver con los que tienen más de 30 años y que somos la mayoría de la población? Resulta que, siendo los jóvenes los que no pueden emanciparse hasta los 30 años, los que acumulan el 65,5% de los contratos temporales, o que según diversos estudios, sean quienes más han sufrido un mayor impacto psicológico a causa de la pandemia, por dar sólo unos pocos datos de su complejo contexto, deben ser también el chivo expiatorio de un reto, ciertamente capital, como el de dar continuidad a nuestra intensa vida asociativa y sin ánimo de lucro. No está la cosa como para alimentar el conflicto entre mayores y jóvenes, sino para sembrar acuerdos intergeneracionales porque, como bien titula el informe de Zedarriak, “nunca tantos deberemos tanto a tan pocos”.