Hoy, dentro de un mes, el 27 de octubre, se cumplen 100 años de la Marcha sobre Roma de los camisas negras de Mussolini. En escasos días y con miles de fascistas a las puertas de la ciudad eterna, el entonces rey Víctor Manuel II no soportó la presión y solicitó al líder del Partido Nacional Fascista la conformación de un gobierno. El resto ya nos los sabemos: fin de la monarquía parlamentaria, el inicio de la dictadura, el pacto con Hitler… Lo que para muchos es un desgraciado pasaje de la historia, no parece que lo sea tanto para la flamante vencedora de las elecciones italianas de este domingo, Giorgia Meloni. Pese a tener un pasado más que cercano a los postulados fascistas y militar siempre en la parte más extrema de la derecha, ha conseguido presentarse como la nueva salvadora de Italia. Hace cuatro años, obtuvo solo un 4% de los votos. El domingo los multiplicó por cuatro. En sus primeras palabras dijo que gobernará para todos. No hace tanto, en la campaña de Vox para las elecciones andaluzas, sin embargo, expresó sus ideas en un castellano bien clarito: “Sí a la familia natural. Sí a nuestra civilización. Sí a la universalidad de la cruz”. Como toda buena populista de extrema derecha, Meloni sabe que hoy no se llega al poder vistiendo camisa negra. Se llega diciendo una cosa aunque se haga la contraria. Hurgando en las preocupaciones de la gente con mensajes cortos y comprensibles a sabiendas de que son imposibles. Y ofreciéndose como la nueva esperanza frente a los políticos de siempre, ella que lleva de diputada nada menos que desde el año 2006. Y ese es uno de los principales problemas a los que se enfrentan nuestras sociedades. No solo que la extrema derecha ya no parece asustar y gana elecciones, sino que sus formas de hacer y entender la política, sus valores y sus propuestas se vuelven cada vez más aceptables.
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