La selección española de baloncesto ganó este domingo el campeonato de Europa con un papel destacado del getxotarra López-Arostegi y del donostiarra Brizuela. Si la victoria hubiese sido en fútbol, coparía minutos de radio, televisión y portadas de periódicos. Al ser baloncesto, pasará casi inadvertida. Además de ser injusto para con un deporte con un palmarés increíble, dos veces campeones del mundo y cuatro de Europa, nos robarán la posibilidad de extraer de esta gesta deportiva, grandes aprendizajes como sociedad, resumidos en dos declaraciones del seleccionador Scariolo tras ganar la final. El primero, sobre el espíritu de equipo. Los expertos colocaron a esta selección octava en el ranking. Ha quedado primera. Scariolo lo explicaba muy bien: solo han tenido en cuenta las capacidades de cada jugador y han olvidado que lo colectivo permite multiplicar los valores individuales. Así, las selecciones que aparentemente iban a brillar por alguna de sus estrellas, han terminado estrellándose. Y el segundo aprendizaje, sobre la actitud. Para el entrenador italiano, la fórmula para alcanzar el éxito es tratar de hacer bien cada tarea por pequeña que sea. Ahora que las aguas vuelven a bajar revueltas y se acumulan los problemas.
Ahora que hasta los barrios altos llega el olor de la incertidumbre. Ahora que muchos reparten culpas y unos pocos buscan soluciones, no nos vendría mal innovar, pero tomando en cuenta esas dos lecciones de baloncesto. Especialmente cuando ambas nos remiten a la importancia de mezclar de forma equilibrada valores centrales en la historia de nuestro pueblo: la actitud de dar siempre lo mejor de uno mismo, y el compromiso de no hacerlo solo para beneficio personal y menos aún, a costa de otros, sino a favor del colectivo con el que uno convive. No creo que sea muy caro pintarlo en la puerta de todos los colegios, ¿no?