Si esta semana no me han preguntado cien veces por el asunto de Enríquez Negreira, no me han preguntado ninguna. Cada cual hace la lectura que le interesa, aunque no sea la que corresponde. Como os podéis imaginar, no me voy a meter en ningún charco porque no dispongo de la mejor información. Simplemente, lo que he leído y escuchado. Pocos argumentos, más allá del bochinche. Seguro que muchos de los que tenéis a bien leer esta sección, no sabíais de su existencia hasta que ha aparecido en los papeles. Le he visto pitar muchas veces (hasta en el Stadium Gal en Segunda B).
Era un colegiado internacional, catalán, el mejor de su demarcación geográfica. Estaba por encima de los Casajuana Rifá, Vilanova Pericás, Mazorra Freire, Esquerdo Guerrero, Miguel Pérez, Llonch Andreu, Albert Jiménez… Se ha publicado estos días que Enriquez fue el árbitro del encuentro en el que la Real ganó la liga en El Molinón. Por lo general, los colegidos catalanes no han destacado incluso, a día de hoy, no me suena ninguno en Primera División. No es casualidad. ¿O sí? Después de Álvarez Izquierdo llegaron los Medié Jiménez o Estrada Fernández que os sonarán más.
También catalán, mayor que él, era Antonio Tomeo Palanqués. Le vi arbitrar en Aretxabaleta, el partido de la final del Campeonato de España de Aficionados ante el Imperial de Murcia. El viejo Ibarra presentaba un lleno colosal, imponente ambiente. El césped estaba impracticable y el barro llegaba hasta la dentadura. En un momento del encuentro, el trencilla decidió quitarse las botas y dirigir sólo con las medias puestas, porque supongo que era imposible correr. ¡A ver quién era el guapo que suspendía!
En esa época los árbitros eran mucho más vocacionales que ahora. La mayoría trabajaba al margen del fútbol en empresas, bancos o eran propietarios de tiendas de deportes, o lo que fuera. El parecido de aquellos con los actuales es el mismo que un morlaco de Pedraza de Yeltes con el toro de fuego en las fiestas de Madridejos. Y, por supuesto, había broncas. Tan grandes como las actuales o más. Se flameaban pañuelos en señal de protesta y se expandían las sospechas. Estoy, sin remisión, en plan ramito de cebolletas.
Ahora, se ha puesto el grito en el cielo. Piden que se depuren responsabilidades, que se investigue, que se llegue hasta el final. Con perdón, caca, culo, pis. A día de hoy, los árbitros de las categorías profesionales ganan un pastizal, sin que su capacidad sea mayor que la de los años de Enríquez. En aquel tiempo existía una mayor presión, un guirigay tremendo y permanente. Vestían de negro y no disponían de VAR, ni de sucedáneo de imágenes, ni nada similar. ¡A puro huevo! Convendría no olvidar la factura mediática que acompañó a Emilio Guruceta tras una actuación en el Camp Nou. Aquel señor era un pedazo de árbitro ¡Y punto!
Hoy nos movemos en aguas pantanosas. Nos fiamos mucho menos y miramos antes de cada jornada, qué designación nos ha caído en suerte. ¡Lo de suerte es de coña! En Valencia, a priori, no nos faltaba de nada y la mosca revoloteaba alrededor de la oreja. Zumbido colosal en la previa con doblete de Hernández y González. Como quiera que la víspera, en Elche en el encuentro contra el Betis, no faltó de nada, sólo cabía rezar unas oraciones a San Cesáreo Ninceno, santo del día. Aunque el canario se fue al punto fatídico al inicio del segundo tiempo y el leonés le animó a desdecirle, parece claro que la Real no perdió por el arbitraje.
Si hace una semana volaron dos puntos por un gol en propia meta en las postrimerías del match, en Mestalla pasó lo mismo, pero poco antes del descanso. La jugada aislada no estuvo bien defendida y premió en exceso al rival. En frente, un equipo enchufado, agresivo, trabajador que apenas concedió nada. Supo defender la ventaja del autogol de Zubeldia y se fue unas cuantas veces a la portería de Remiro al que le obligó a brillar. Ni los cambios aclararon el panorama, ni el juego fue suficiente como para no perder. Nos sacaron a boinazos, ganando la mayor parte de los balones divididos y no dejando que el cuadro realista hilvanara las jugadas que le gustan. ¡Llevaban cinco meses sin ganar un partido!
Como el Leeds británico en cuyo banquillo debutó ayer Javi Gracia. El navarro acabó contento con la victoria de su equipo y la afición empujó y empujó hasta el final. Igual que en Mestalla, de donde muchas veces hemos salido con las orejas gachas. Al equipo no le bastó con lo que dio en el césped, mejor en el segundo tiempo que en el primero, pero insuficiente para asaltar la fortaleza. La racha de resultados no es buena. Como suelen declarar los jugadores, tiempo de análisis, corrección y de darle un poquito más de marcha a un motor que anda kili-kolo.