El pasado sábado, Beñardo García Etxeberria recibió la Medalla de Oro de Irun como colofón a un acuerdo unánime de la Corporación municipal y fue el alcalde, José Antonio Santano, quien hizo entrega del mejor galardón de la ciudad. Agradezco la invitación al acto en el que pude saludar a muchas personas que no veía desde hace tiempo y recordar también momentos vividos con un micrófono por testigo durante irrepetibles años.

Se reconocía así el trabajo de un presidente que hizo del club que ama, el Bidasoa, un referente en el mundo del deporte y del balonmano. La suma de esfuerzos permitió conquistar los trofeos más valiosos en disputa, no olvidando jamás el punto de partida. Cuando el equipo comenzó a jugar en el viejo Uranzu usaba un garaje como vestuario. Después de miles de vueltas, de llamar a infinitas puertas, se levantó Artaleku con los cimientos bien asentados con el cemento de una afición que jamás ha abandonado a su equipo, ni siquiera en los momentos de desánimo y zozobra. Hoy, ese pabellón se ha quedado pequeño y si el club quiere crecer y competir en las mejores condiciones, necesita otra instalación, al igual que otras entidades del territorio. Con la perspectiva de los años valoras aún más el trabajo impagable de un presidente como Beñardo.

Si algo cabe destacar en él es el amor a los colores. Cuando terminó su alocución de agradecimiento, por tres veces, repitió Gora Bidasoa! La abarrotada sala respondió sin titubeos. Fue cuando recordé el partido de anoche. La Real Sociedad vivió en la gestión de José Luis Orbegozo momentos irrepetibles, inolvidables y muy difíciles de superar. Era hombre de club, de un campo pequeño como Atotxa y de unas sencillas oficinas en el número 45 de la calle Prim. Hoy, la entidad goza de muy buena salud. Jokin Aperribay y su gente quieren a su club en la vanguardia de las entidades modernas y competitivas. Se esmera en disponer de los mejores recursos, tanto humanos como materiales. No puede haber un solo txuri-urdin que no esté orgulloso de la entidad que ama.

El Espanyol se parece bastante. He conocido presidentes diferentes, pero todos llevaban en la mochila valores como los de Beñardo, José Luis, Jokin y muchos otros dirigentes del deporte de Gipuzkoa. Las familias periquitas son fieles a su club, a machamartillo y a golpes de cimitarra. Hoy están en Cornellà, pero mucha de su mejor historia se escribió en Sarrià y en las oficinas de la calle Córcega. Recuerdo a Manuel Meler, a Antonio Baró, a Dani Sánchez Llibre. Un día la Real llevó la publicidad de su fábrica, Conservas Dani, en la camiseta. Corría el año 2000 cuando el árbitro entendió que los equipos se podían confundir por las indumentarias, pese a viajar con la segunda equipación. Se montó un belén, pero no quedó otra y los realistas debieron jugar con los segundos colores del cuadro catalán, de rojo en una jornada en la que diluviaba, pese a ser septiembre. ¿Sabéis quién era el árbitro? Como presumo de memoria y esos pasajes resultan inolvidables, os digo que en aquella jornada pitaba Luis Medina Cantalejo, el actual responsable de los árbitros, y que Arif Erdem marcó el único tanto del partido antes de que se suspendiera por el torrencial diluvio que caía. Javier Clemente, cesado un par de semanas después, se sentaba en el banquillo txuri-urdin.

Como os decía, la pertenencia es un grado y conozco gente de fidelidad inquebrantable. Por supuesto, aquí mucho más que allí. Se sienten orgullosos de haber superado todas las barreras y dificultades, más aun conviviendo con un enorme monstruo en la misma ciudad. Conozco a Alejandro Mauri, un joven médico que vive en Berlín, con las prácticas de hospital a cuestas. No aleja la mirada de su equipo, aunque ahora deba compartir amores con el Manchester City, ya que su padre, Eduardo, es el prestigioso médico del equipo de Pep Guardiola y fue también futbolista del primer plantel. Todos siguieron la estela del inolvidable Pepe Mauri, un icono en la historia espanyolista. Fue delantero goleador, entrenador, secretario técnico y consejero del club. Es obvio que su descendencia bebió agua de la misma fuente. Hoy, mientras el Bidasoa es de sus socios y la Real de sus accionistas, el Espanyol pertenece a una empresa china con Chen Yansheng al frente del consejo de administración. Y supongo que esa realidad no satisface a los pericos de toda la vida.

Tampoco la que supone ver perder a su equipo del modo en que lo hizo ayer. Apenas encontró recursos con los que parar el juego de una Real victoriosa e implacable, pese a los devaneos del final. Como pidió el entrenador en la comparecencia previa, el equipo no especuló nada y fue contundente en las dos áreas, prácticamente durante toda la contienda. Llegaron los goles que otorgan tranquilidad y confianza. Los dos delanteros, Take y Sorloth parecen convencidos de su capacidad. Se inventan las jugadas o las terminan. En la semana de la renovación, Oyarzabal coge aire y pone un balón con envoltorio de caramelo que el noruego sube al marcador.

Más tarde, aumenta la renta con un autogol y finalmente el equipo se monta en el avión de vuelta con la sensación de haber cumplido con su obligación y con la devoción de ganar. Muchos aficionados locales abandonan la grada mucho antes del final. Cierto es que el Espanyol no bajó la guardia y aprovechó los cambios del rival, la disminución de la intensidad y agresividad de los minutos precedentes, para buscar portería y llevar nerviosismo a la grey txuri-urdin. Felizmente, misión cumplida y compra de tiempo para seguir recuperando lesionados, sin decepciones añadidas.