a crisis política y militar entre Rusia y Ucrania tiene su derivada geoestratégica que enfrenta a los principales antagonistas del siglo XX, Moscú y Washington, pero es a la vez un test de madurez para la Unión Europea (UE) y la generación de líderes que no experimentó la guerra fría. La estrategia rusa se ha revelado con la pretensión de dividir posturas entre los socios de la UE mediante el intento de establecer un mecanismo de diálogo bilateral con cada uno de ellos. El envío de cartas a cada país se ha hecho obviando la existencia de una estrategia de seguridad y acción exterior comunitaria que encarna Josep Borrell. En ese sentido, la respuesta comunitaria ha estado a la altura del desaire y ha centralizado en el representante de la Comisión Europea la comunicación hacia el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov. Pero si algo ha animado a la diplomacia de Moscú a tratar de fracturar la posición europea es la evidencia de que el pasado reciente ha mostrado las grietas de la posición exterior comunitaria. Europa ha ejercido un claro repliegue diplomático y económico, centrada en las últimas décadas en sus propias crisis políticas y económicas que han causado divergencias claras entre norte y sur, este y oeste y se ha debilitado el tradicional eje francoalemán por la situación de sus referentes. Un Macron más pendiente de consolidar su proyecto tras la transformación del panorama político interno, y un Scholz recién llegado a la Cancillería alemana y que ha estado ausente de esta crisis por la incomodidad que la proximidad geográfica y la dependencia energética del gas ruso le producen. La acción exterior es uno de los grandes déficits del proceso de cohesión europea. En el pasado, la fuerza internacional de la UE ha sido tanta como lo era la unidad de acción de Berlín, París y Londres. Con el brexit, debería haber sido más sencillo unificar intereses y liderar con una voz firme los retos del desafío militar ruso, el económico chino o la divergencia de intereses sociopolíticos con el eje anglosajón. Pero todavía no ha sido así y, entre los jugadores del tablero internacional, que no tiene una dimensión estrictamente militar sino sobre todo de influencia económica y política con Europa como emblema de la democracia y los derechos humanos, los países de la UE tendrán que acuñar una acción coordinada en torno a Bruselas o asumir un papel secundario.