l Partido Popular se ha dedicado con esmero a colocar tantos árboles ante su convención celebrada estos días en diversos lugares del Estado que ha sido difícil ver el bosque de la realidad que trataban de ocultar. Pero basta un poco de elevación y perspectiva para comprobar que, más allá de la parafernalia y el desfile de personajes que han jalonado un evento pensado únicamente para aparentar unidad y relanzar el liderazgo de Pablo Casado, los populares tienen, en efecto, un objetivo claro -echar a Pedro Sánchez del Gobierno y sustituirle en el poder- pero carecen de un proyecto de país más allá de sus obsesiones identitarias. Casado, que debía ser el protagonista indiscutible de la convención, se ha visto eclipsado cada día por los invitados a cada cita, muchos de ellos, curiosamente, poco presentables desde el punto de vista ético. Desde José María Aznar al expresidente valenciano reaparecido ayer Francisco Camps, pasando por Mariano Rajoy, Mario Vargas Llosa o Nicolás Sarkozy, entre discursos apocalípticos, extremistas o directamente impresentables a oradores capaces de querer dar lecciones estando bajo acusaciones o condenas por corrupción, el foro popular ha sido todo menos un think tank del que extraer enseñanzas y propuestas de calado. Por no hablar de la irrupción de la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, auténtica protagonista de la convención tanto por ausencia como por presencia. El encuentro ha sido, en realidad, la puesta de largo de la enésima apuesta ideológica de Casado, decantándose de manera parece que definitiva aún más hacia la derecha, en un intento de comerle terreno a Vox. De hecho, el cónclave es una opa más o menos amistosa a la extrema derecha, a la que el PP necesita imperiosamente para cumplir su objetivo de alcanzar la Moncloa. El resultado de todo ello es que el PP de Casado asusta, porque su oferta política es cada vez más extrema, menos centrada, más bronca y destemplada y mucho más recentralizadora. Y amenaza con ser vengativa también. La amenaza que lanzó ayer Casado de usurpar de nuevo la competencia de prisiones a Euskadi y Catalunya si alcanza el poder y sus planteamientos más recentralizadores en todos los ámbitos -sanitario, educativo, seguridad...- son prueba de que no tiene más propuesta que la que le señaló Aznar: la España “unida” y de pensamiento único.