a agresión sufrida este pasado fin de semana en Gasteiz por el militante del PP Ander García Oñate es, por su motivación y por las circunstancias en que ha tenido lugar, lo suficientemente grave como para concitar el rechazo y condena unánimes de todos los representantes de la ciudadanía vasca. La agresión, según todos los indicios, se produjo por motivos políticos -es decir, por la ideología o afiliación de la víctima a las juventudes del PP-, en una demostración bien palpable del uso de la violencia como expresión de intolerancia y odio. Sorprende, sin embargo, sobremanera que la protagonista de la agresión fuera una joven de tan solo 20 años que, además, lanzó consignas y goras a ETA, organización desaparecida hace diez años y que, por tanto, ni siquiera ha conocido, lo que es un dato tan triste como relevante. No es el primer ataque de estas características que tiene lugar en Euskadi, ya que hace apenas tres meses fue agredido, también en Gasteiz, el exconcejal popular Iñaki García Calvo. Nada ha cambiado desde entonces. La condena de esta agresión ha sido unánime, salvo el ya consabido desmarque de EH Bildu, que sí lo ha rechazado. Los intentos de Arnaldo Otegi por dotar a su postura de una aparente mayor contundencia al calificar el ataque de "hecho totalmente reprobable, rechazable e inaceptable" chocan tanto con su negativa, una vez más, a sumarse al resto de grupos en el Ayuntamiento de Gasteiz como su elocuente silencio ante las agresiones que viene sufriendo la Ertzaintza. Cualquier agresión de cualquier naturaleza es, como dice Otegi, reprobable, rechazable e inaceptable. Pero si se produce por una motivación política o ideológica -entendida en sentido amplio- merece además un posicionamiento desde una perspectiva de bases éticas y, como consecuencia, una condena basada en estos principios éticos, democráticos y de convivencia. La tradicional posición de tibieza que sigue manteniendo EH Bildu por motivos partidistas cuando los agredidos no pertenecen a su espectro ideológico es también inaceptable, porque es selectiva y excluyente y no incide en las causas ni en las motivaciones ni en las repercusiones sociales que produce, lo que puede ser interpretado como una justificación más o menos implícita que, tarde o temprano, facilita que vuelva a suceder, como ahora. Es esta dimensión ética la que, por falta de coraje, sigue faltando en Arnaldo Otegi y EH Bildu.