a igualdad efectiva entre mujeres y hombres continúa siendo, avanzado ya el siglo XXI, una de las más sangrantes asignaturas pendientes de las sociedades democráticas, que abarca desde los comportamientos individuales a las políticas públicas de las administraciones, pasando por empresas, entidades y colectivos de todo tipo. La no discriminación por razón de sexo o de género es, por tanto, el desafío más urgente y necesario a nivel global. La pandemia del covid-19 que está asolando el mundo desde hace más de un año está mostrando de manera descarnada esta intolerable realidad, de manera que las diferentes crisis -sanitaria, de cuidados, social y económica- que ha provocado el coronavirus han impactado de manera singular en las mujeres, agudizando aún más la brecha de género, el desempleo, la precariedad, los roles y, en definitiva, la vulnerabilidad de la mitad de la población. No es que las consecuencias del covid-19 hayan generado de por sí nuevas desigualdades, sino que, precisamente, ha exacerbado las múltiples discriminaciones preexistentes y las ha hecho más visibles. El aumento del paro femenino cuyo impacto ha agrandado aún más las diferencias con el masculino, el incremento del empleo a tiempo parcial en las mujeres -casi ocho de cada diez personas ocupadas-, la cada vez más intolerable e injusta brecha salarial -con una diferencia de entre un 15% y un 23% respecto a los hombres- o la palmaria ausencia de mujeres en los altos puestos directivos de las empresas son datos objetivos que, más allá de la lógica indignación que provocan, obligan a una gran reacción social por la igualdad. Además, la pandemia ha puesto en evidencia también la feminización de las tareas de cuidado, que están siendo trascendentales en esta pandemia. De ahí que este 8 de Marzo haga especial hincapié en la necesidad de combatir todas las desigualdades y en enfatizar la imperiosa necesidad de valorar y visibilizar las tareas de cuidado y de alcanzar el compromiso de que compartirlas de manera igualitaria entre mujeres y hombres es una obligación ética que interpela de manera directa a los hombres. La meta de la igualdad, concebida de modo integral y global, no puede ser un mero objetivo a largo plazo sino una imperiosa y urgente realidad que debe hacerse patente todos los días en todos los ámbitos.