Este pasado fin de semana, la placa que colocó el Ayuntamiento de Donostia frente al bar donde fue asesinado Gregorio Ordóñez ha sido atacada por desconocidos al amparo de la oscuridad de la noche. No ha transcurrido ni una semana desde que fuera puesta en el suelo de la calle 31 de Agosto, y ya hay quien ha querido dejar su huella de intolerancia y violencia. Los servicios municipales restauraron la placa tan pronto como se conoció la vejación, eliminando la pintura negra con la que los autores de este ataque quisieron borrar la memoria de lo ocurrido en aquel lugar hace 25 años. Pese al clima de paz que vive Euskal Herria, este tipo de hechos, por desgracia, no han desaparecido de nuestro paisaje, con atentados a instalaciones y memoriales que conservan el recuerdo de víctimas de todas las violencias. Son acciones que sobran y que no tienen ninguna justificación y que, antes que nada, retratan a sus ejecutores como seres deshumanizados e insensibles, incapaces de mostrar el respeto y la empatía que merecen las víctimas. Como no puede ser de otra forma, todo el arco político vasco ha censurado el ataque al recuerdo y la dignidad del político donostiarra, un signo que muestra que se está avanzando en el rechazo a expresiones que conculcan los más elementales principios de los derechos humanos. Los autores deben saber que lo ocurrido está siendo investigado por la Guardia Municipal de Donostia y que la zona cuenta con un sistema de videovigilancia. No está claro todavía quién está detrás de esta acción pero ayer el alcalde Eneko Goia les quiso enviar una advertencia muy seria sobre la gravedad de estos hechos; desde el plano ético, pero también desde la perspectiva penal, que seguramente desconocen. Existe un precedente, hace diez años, en el que un grupo de once jóvenes, ocho de ellos menores, fueron arrestados por atacar el panteón de Ordóñez en el cementerio de Polloe. Sobre ellos pesó la acusación de terrorismo y, por suerte, pudo ser reconducida hacia un castigo de trabajo comunitario, evitando quedar marcados de por vida. Ante la posibilidad de que detrás del ataque pueda esconderse un perfil muy similar, la advertencia de que “algunos están jugando con fuego” de Goia resulta muy pertinente antes de que haya que lamentar las consecuencias por la aplicación de un Código Penal que castiga este tipo de acciones con gran severidad.