Vaya por delante que no tengo una especial predilección por el actual presidente del Gobierno de España, al que considero como un hábil superviviente como máxima ocupación. Un político osado, casi temerario, encantador de serpientes, capaz de apañarse pactos a infinitas bandas sin aportar más garantías que pasar a una alternativa indeseable, acostumbrado a comprometerse y comprometer prometiendo lo imposible, tente mientras cobro. Y cobra, porque va saliendo airoso a trompicones mientras burla burlando pone pie en pared al facherío logrando mantenerlo en la oposición. Pedro Sánchez podrá ser un trilero, pero es nuestro trilero y ojalá le salgan bien sus pactos inverosímiles que impiden la vuelta atrás de las libertades democráticas y los avances sociales.

A Pedro Sánchez, es cierto, no se le podría considerar como un político de alto nivel, tiene más de advenedizo que de prestigio, más de hábil que de excelente. Cierto, también, que en este país no ha habido presidente a quien le haya tocado lidiar con calamidades como una pandemia, una guerra aledaña con sus consecuencias económicas, para culminar su infortunio con una apocalíptica inundación de la que incluso se le quiere hacer responsable. Y, por ser aún actualidad, quiero referirme a la extemporánea visita al barro y al caos de Paiporta, de la que Sánchez tuvo que huir a palos y acelerando. Del despropósito de esa visita voy a destacar el hecho de que las más agresivas furias se centraron en Sánchez dejando en evidencia que a estas alturas lo normal, lo que procede, es zumbarle al presidente, insultarle, acosarle y agredirle incluso.

Aún unos días antes de la visita inoportuna, en un reportaje televisado en la que se podía ver la furia del agua que presagiaba el desastre, se pudo escuchar una voz anónima que ante aquella escena devastadora profirió: “Ese cabrón de Pedro Sánchez, hijo de puta”. La degradación de la política española ha llegado a un punto en el que el insulto y la afrenta al presidente del Gobierno parece ser ejercicio habitual, de uso común entre sus adversarios políticos. Para la derecha extrema y la extrema derecha, y extensivo a sus tentáculos en redes sociales y medios digitales, Pedro Sánchez está en el centro de la diana y lo que procede es apuntar, y apuntar bien ya sea persiguiéndole a palos, ya sea zurrándole al muñeco en piñata ante la sede de Ferraz, ya sea en los plenos de las Cortes españolas.

Sería farragoso hacer un listado de los insultos y agravios que cada vez con más desfachatez e impunidad se le han dedicado a Pedro Sánchez desde que desplazó al PP del poder. Del pedante “felón” con el que le vilipendió el finado Pablo Casado inaugurando la barra libre, al “okupa”, “terrorista”, “chavista”, “antiespañol”, “corrupto”, pasando por el desgarrado y retrechero “hijo de puta” que le dedicó la lideresa Isabel Díaz Ayuso disfrazándolo después con la gracieta de “me gusta la fruta”, se ha llegado a considerar normal que el personal se permita dedicarle a Sánchez lo que se le ocurra como insulto, escarnio o, si se da la ocasión, el palo o el zurriagazo. ¿Cómo no se le va a poder insultar, apalear y ultrajar, si se trata de “Perro” Sánchez?

Y así estamos, preguntándonos hasta cuándo podrá aguantar Sánchez tanto menosprecio y cómo han podido sus adversarios caer tan bajo.