No hace falta ser demasiado enterado en política para reconocer que el Gobierno resultante del acuerdo heterogéneo que desalojó al PP es frágil, cosido con hilvanes y expuesto a saltar por los aires a la menor salida del raíl de los juramentados para evitar la alternativa pavorosa, con el poder en manos de la derecha extrema y la extrema derecha. Por supuesto, impedir un Gobierno del PP y Vox con lo que ello supondría para el retroceso de las libertades democráticas y el progreso social es lo único que les une, aunque en ese empeño vaya incluida la ambición personal de Pedro Sánchez.
Este Gobierno resiste y se mantiene a duras penas frente al descomunal acoso continuado de una oposición del peor estilo, con la complicidad descarada del poder judicial, con un frente mediático implacable y un ambiente nauseabundo de bulos y mentiras.
Ante esta delicada situación, preocupa el empeño de algunos partidos comprometidos en sostener este Gobierno en crear tensión y poner aún más fáciles las embestidas de la derecha. Cierto que cada uno de ellos aceptó ese compromiso sin renunciar a sus particulares reivindicaciones y se supone que las negocia con quien preside este frente progresista y democrático. Así lo vienen haciendo los partidos abertzales, negociando con discreción los compromisos adquiridos en el acuerdo. Por supuesto, no sin dificultades y demoras pero con un necesario y prudente realismo.
En este frágil equilibrio, los partidos soberanistas catalanes se saben imprescindibles y desde el mismo punto de partida colocaron el listón muy alto. Tan alto que han forzado a Pedro Sánchez a enmendar el inmenso error con el que el Gobierno de Rajoy afrontó el desafío de la DUI (Declaración Unilateral de Independencia) que culminó el Procès que, tal como se desarrolló, fue también otro inmenso error.
Comprendiendo, y aun compartiendo, las reivindicaciones soberanistas de ERC y Junts, da la impresión de que compiten en plantear sus demandas en cascada y sin templanza; en cuanto ascienden un escalón parece que se ven en le necesidad de meterle presión al frágil gobernar de Sánchez. Del indulto a la amnistía, del la amnistía al referéndum, del referéndum a la autodeterminación, de la autodeterminación a la independencia... Por su parte, Puigdemont subiendo el listón del odio carpetovetónico, desafía a Sánchez y le mete presión empeñado en recuperar su banda de Honorable. Reivindicaciones todas ellas proclamadas en los plenos parlamentario y en declaraciones solemnes, ante el regocijo de los medios ávidos de minar al Gobierno y alimentando la ferocidad opositora de la derecha.
Uno se pregunta por qué los soberanistas catalanes colocan el nuevo peldaño de sus demandas cada vez que logran dar un paso adelante. Y lo hacen con el máximo amplificador y presionando abiertamente al frágil Ejecutivo que sostienen con su apoyo. Saben que, como respuesta, la derecha va a poner en marcha su maquinaria de acoso y, claro, los mastines del PP y Vox nunca defraudan en su ferocidad. Saben también los demandantes que esa presión a la que someten al Gobierno acongoja a cuantos apostaron por él.
Bajen la voz, negocien con discreción, no trasladen sus disputas electorales a la plaza pública, dejen de meter presión y poner en riesgo la frágil unidad que frena a la ultraderecha. Dejen de manifestar sus diferencias a voz en grito los dos partidos que forman el Gobierno. Y ya puestos, deje el presidente Sánchez de escribir cartas a la ciudadanía.