En él estamos, y no precisamente por las vicisitudes climáticas ahora tan podo predecibles. La expresión “otoño caliente” es ya un clásico que se pone en funcionamiento desde las directivas sindicales y que se cumple con mayor o menos virulencia según sean las circunstancias o los intereses en esa coyuntura. Como aclaración erudita, conviene saber que la expresión “otoño caliente”, que por aquí comenzó a divulgarse como amenaza por algunos portavoces sindicales en la transición democrática de los 80, tiene su origen en la gran movilización sindical ocurrida en Italia en 1968 protagonizada de inicio por los trabajadores metalúrgicos en reivindicación de mejoras salariales, a la que se unió la agitación estudiantil. Ese ambiente convulso se prolongó durante meses hasta estallar entre septiembre y diciembre de 1969 dando inicio a lo que se denominó “años de plomo”, una especie de batalla campal permanente en la que hubo de todo, desde graves abusos policiales hasta excesos anarquistas todo ello en medio de un caos social. Evidentemente, era otro tiempo y otro contexto. Italia ostentaba el dudoso honor de los salarios más bajos de la Europa democrática y el eco del espíritu revolucionario revivía entre el desastre estadounidense de Vietnam y las luchas de liberación dispersas por el mundo.

Muy poco tiene que ver la sociedad en la que ahora nos toca vivir con aquellos acontecimientos, ni en lo social, ni en lo económico, ni en lo cultural, ni en lo político, ni en lo climático. Sin embargo, en Euskadi estamos asistiendo a una especie de parodia ochentera del “otoño caliente” que de forma intermitente reviste nuestras calles de espíritu revolucionario a fecha fija, en manifestaciones, huelgas y distorsión social que la ciudadanía soporta con más o menos resignación, dependiendo de su frecuencia o su incomodidad.

Se supone que no les faltarán razones a las personas a las que no les llega el salario, si es que lo cobran, para cubrir el mes, ni a las que sus ingresos precarios les impiden el acceso a una vivienda, ni a las que malviven el incierto futuro de la inseguridad laboral. Es justo reconocer que son muchas las personas que padecen estas necesidades básicas entre nosotros.. No es fácil, sin embargo, discernir si son precisamente esas personas vulnerables y agraviadas las que se echan a la calle tras la consigna y la pancarta, ni es fácil comprobar hasta qué punto la sociedad vasca se siente interpelada por estas movilizaciones que perturban su normalidad ciudadana o familiar.

Desde la primavera ya se anunció por parte de algún sindicato este “otoño caliente” preventivo y, como no hemos nacido ayer, es muy lógico sospechar que ya huele a elecciones y se les hacen los dedos huéspedes a los políticos, lo mismo que a los sindicatos que se consideran a sí mismos como contrapoder. Aquí nadie da puntada sin hilo: los convocantes del “otoño caliente”, para desgastar al Gobierno y el Gobierno para deslegitimar a los convocantes. Que no quede sector, sobre todo público, sin movilización y, con un poco de suerte y constancia, que el otoño dure hasta la primavera o cuando sea que se convoquen las elecciones. Que quede en evidencia la falacia del oasis vasco, que se prodiguen las huelgas y resuenen las consignas por las calles. Luego, recogida la pancarta, a ver si hay suerte para pillar terraza y después cenamos para comentar. Si es que hay sitio.