Se le va a hacer larga la campaña a Núñez Feijóo. El recurrir necesariamente a hacerle un sitio a Vox para tocar poder, le está creando muchos más bochornos de los que podía imaginar aquella noche de júbilos y rojigualdas ante la sede de Génova el 28-M. El zarandeo de la campaña le desordena los discursos y, fundido, cada día se equivoca más, miente más y se lo llevan los nervios ante las cámaras y los micrófonos. A estas alturas, tampoco podrían justificarse tantos desaciertos apelando a su supuesta bisoñez, porque llevaba lustros ejerciendo en Galicia toda una carrera de liderazgo y satrapía. Cuando desde la periferia dio –o le dieron- el salto para candidato al podio nacional han quedado al descubierto su torpeza, su marrullería y su desvergüenza.

Mala cosa es cuando ese tipo de políticos chusqueros de la derecha rancia tratan de ponerse dignos y recurren a la grandilocuencia. Torpe, muy torpe fue el presidente del PP y candidato a serlo del Gobierno español, cuando soltó la solemne declaración de principios: “En tiempos en los que la palabra de algunos políticos no vale nada, yo reivindico la política de la palabra dada. Sin palabra no hay política”. Ahí quedó eso. A este hombre se le ocurre soltar esta soflama, justo cuando su candidata a la Junta de Extremadura estaba recibiendo las del pulpo por haber renegado públicamente de Vox asegurando bajo palabra que jamás le aceptaría como socio por sus principios antifeministas y homófobos. Y en Génova, la ira: ¿Cómo? ¿Que se nos puede escapar Extremadura? ¿Que nuestra candidata María Guardiola ha dado su palabra de que no va a gobernar con Vox? Hasta ahí podíamos llegar.

No quiero ni pensar la ristra de órdenes, advertencias, presiones, y amenazas que le habrían caído a la tal Guardiola para que un par de días después de haber comprometido su palabra, convocase a la prensa, dijo diego donde dijo digo y renegó de sus valores éticos y feministas: “Mi palabra no es tan importante como el futuro de los extremeños”. Eso es, María Guardiola, buena chica, quedas readmitida en la santa cofradía de la política sin palabra, en el cinismo de la gente de bien, de la desfachatez, del embuste, del todo vale con tal de tocar poder.

Quién lo iba a decir, el moderado Feijóo convertido en cofrade mayor de la falsedad, imagen viva del nulo valor de la palabra, ejemplo de la práctica política falsaria, alumno aventajado de la escuela grouchomarxista “estos son mis principios y si no le gustan, tengo otros”. Él, que había asegurado bajo palabra que sus dirigentes territoriales tendrían libertad para decidir en quién apoyarse, echó mano de sus mamporreras más insignes, Esperanza Aguirre e Isabel Díaz Ayuso, para meter en vereda a María Guardiola y reconducirla a la política real de la derecha, o sea, a que la palabra dada no valga un pimiento porque Extremadura no sólo se puede sino se debe gobernar con la extrema derecha neofascista. La palabra vale cero cuando está en juego pintar de azul el mapa celtibérico. Y si ese azul PP se va tiñendo de azul camisa falangista, tampoco pasa nada si sirve para desalojar al sanchismo, limpiar España de comunistas y acabar con los independentistas. Que es de lo que se trata. Que sea a costa de la verdad y de la decencia, que aumente el descrédito de la política, pues es lo que hay.