recientemente, Bloomberg, la agencia especializada en información y actualidad económica, ha publicado el Índice Mundial de Innovación correspondiente al año 2019, que recoge el listado de los países más innovadores del mundo a partir de una serie de indicadores de I+D, el peso de los sectores de alta tecnología, la inversión en investigación y educación, el registro de patentes, etc., y que ha colocado, una vez más y por sexto año consecutivo, a Corea del Sur en el primer lugar del ranking por delante de Alemania, que gana dos puestos; Finlandia, que progresa cuatro; Suiza, que sube uno, y en quinto lugar, Israel, que avanza cinco posiciones.

En este ranking de medición de la capacidad innovadora de los países del mundo, el Estado español ocupa el puesto 33, perdiendo tres puestos respecto al año pasado. El problema no es que los países punteros ganen posiciones incrementando la brecha sobre el resto, sino que la distancia en el caso del Estado español se va agrandando en cada ejercicio. En los últimos cinco años ha perdido diez puestos en esta lista y, en este momento, países como Hungría, Polonia, Grecia, Rumanía y Malasia, que no son precisamente grandes referentes tecnológicos, ya le han superado.

No parece que al Gobierno de Pedro Sánchez, al menos de manera pública, le preocupe esta imagen de ausencia de competitividad innovadora a nivel mundial que ofrece el Estado y que va a tener consecuencias negativas en el futuro al agrandarse aún más la brecha entre los países industriales e innovadores tecnológicamente y los que siguen basando su crecimiento en el sector del turismo y en el negocio inmobiliario especulativo, como parece que va a seguir en el futuro. Si no fuera así, no se entiende que las competencias de innovación hayan quedado repartidas en cuatro ministerios: Ciencia, Universidades, Economía e Industria, en el nuevo gobierno, a pesar de que alguno y alguna de sus titulares puedan tener un gran reconocimiento profesional internacional, ya que a priori no parece que una decisión de ese calado vaya a contribuir a generar el cambio del modelo productivo que se antoja necesario.

"Que inventen ellos y, nosotros, nos aprovecharemos de sus invenciones". Esta frase escrita por Miguel de Unamuno en 1906 parece que forma parte del acervo y de la idiosincrasia española que, desde principios del siglo pasado una vez perdido el imperio, renunció a ser uno de los países líderes del proceso industrializador. Parece que el objetivo que pretenden los gobernantes españoles es el de continuar siendo una colonia turística con unos elementos sobrevenidos por la naturaleza como son el sol y las playas y a lo que hay que añadir en el futuro la posible dependencia de empresas asiáticas.

Y esta imagen que presenta España en el mundo está penalizando a Euskadi en su proyección exterior, al aplicársele el correspondiente efecto corrector vinculado al Estado al que pertenece, como ha ocurrido en el informe Regional Innovación Scoreboard (RIS) de 2019 de la Comisión Europea (CE), que mide el gasto de los países y regiones en I+D, donde la CAV, sin ese elemento añadido, hubiera tenido una puntuación de 94,4 frente a 79,8 que le ha correspondido. Esta circunstancia ha provocado que Euskadi haya pasado de estar en el grupo de regiones europeas de alta innovación al de innovación moderada y que ocupe el puesto 132 de las 238 regiones europeas, a pesar de mantener el liderazgo en el conjunto estatal por delante de Catalunya y Madrid. En este informe, el Estado español se sitúa en el mismo nivel que países como Rumanía, Hungría, Polonia, Grecia, Eslovenia, Eslovaquia, etc.

A pesar de ello, el RIS refleja que la pasada crisis económica tuvo un efecto importante en la reducción del gasto de I+D en las empresas vascas con lo que ha aumentado la brecha de inversión en innovación respecto al PIB, cuando desde el año 2009 hasta 2013 estaba por encima de la media europea.

Según el Eustat, el gasto de I+D de Euskadi en el año 2018, último dato que se tiene, es de 1,85%, cuando la media española fue del 1,21% y del 2,06% para el conjunto de la UE, con lo que la economía vasca sigue teniendo una asignatura pendiente si quiere afrontar de la mejor manera posible la actual revolución científico-tecnológica que parte de un crecimiento basado en el conocimiento y la innovación, desde unos planteamientos sostenibles, ecológicos y con carácter integrador. Hay una coincidencia general de que la ciencia, la tecnología y la industria son la base del bienestar social de los ciudadanos en el futuro a lo que hay que añadir que el empleo que generan es de mayor calidad, más inclusivo y sostenible.

En este sentido, Euskadi debe centrar su política industrial con el objetivo de acercarse al reto marcado por la UE de aumentar el nivel de inversión en I+D hasta alcanzar el 3% del PIB. El modelo de referencia debe ser el de Alemania, en el que Euskadi tiene algunas similitudes, y que cuenta con un gran peso industrial y tecnológico, una gran presencia de pymes especializadas, una importante estructura de investigación y unos potentes centros tecnológicos. Este diseño es el que ha permitido al país germano salir de la crisis con una estructura económica competitiva, basada en empresas exportadoras y comprometidas con el territorio.

Si la inversión en I+D no forma parte de una de las preocupaciones más importantes de este país, se podrá llegar a lo que el profesor de Esade, Xavier Ferrás, llama el Momento Kodak. Es decir, una empresa líder e innovadora en el mundo de la fotografía química y con 150.000 empleados, que desapareció de manera radical hace algunos años por no saber adaptarse al nuevo modelo digital que venía, a pesar de haber sido pionera en la investigación en ese campo, y no tener la convicción y el liderazgo necesario para impulsar la nueva etapa. Una situación que debe servir de ejemplo, ya que mientras aquí se retrocede, los demás siguen avanzando en esta carrera tecnológica global, con lo que la distancia aumenta cada día que pasa.