renuevo mis votos para que un día podamos recordar con una sonrisa lo que estamos viviendo. Algo me dice, sin embargo, que nos queda muy lejos esa fecha. Incluso sin dejarse llevar por los trompeteros del apocalipsis que abundan en las cadenas donde el miedo engorda los índices de audiencia, parece claro que está ocurriendo algo que no debemos tomar a la ligera.

Si es preocupante, grave o letal, el tiempo lo irá diciendo. Por el momento, incluso aunque se acabe haciendo torcer el brazo a la amenaza, es evidente que en los últimos días se han producido acontecimientos inusuales que en mayor o menor medida han provocado alteraciones en nuestra vida cotidiana. Fijándonos solo en nuestro entorno, se ha decretado el cierre preventivo de centros educativos, se han clausurado plantas enteras de hospitales, se han dispuesto cuarentenas en residencias de ancianos, hay decenas de profesionales sanitarios en aislamiento, se han cancelado numerosos eventos y en más de una empresa —incluso de mi gremio— se trabaja desde casa. Y todo apunta a que solo estamos en el principio. Me temo que pronto veremos limitaciones de concentraciones populares de todo tipo, desde las reivindicativas a las festivas pasando por las deportivas. Creo que a nadie le extrañaría que la final copera que tanto nos hace suspirar tuviera que jugarse a puerta cerrada o, directamente, fuera suspendida.

Así las cosas, y como el minúsculo átomo de la ciudadanía que soy, deseo suerte y, sobre todo, acierto a las autoridades sanitarias. A quienes están enfrente y sienten la tentación de pescar en el río revuelto, les ruego que lo dejen para mejor ocasión.