a homosexualidad se castiga con la muerte en Brunéi, Irán, Mauritania, Arabia Saudí, Yemen y norte de Nigeria. Según se levante el mandamás, al distinto lo liquidan también en Afganistán, Pakistán, Catar, Somalia y Emiratos Árabes Unidos. Varía la solución final, fusilamiento, lapidación u horca, y la etnia, raza, renta y lengua de los verdugos. Pero comparten algo que ampara y alienta la barbarie. En otros países no te cuelgan de la grúa, te entierran en la celda. Casi todos tienen en común esa misma fe innombrable. Hay mejoras: hace un año Sudán abolió la pena capital por sodomía.

Alguien afirma que una cosa es la autoridad y otra el pueblo. Cabe, pues, consultar dónde abunda más el rechazo social, y comparar, por ejemplo, la Chipre griega y la otra, y eso que la Nicosia ortodoxa tampoco es Torremolinos. Será casualidad que los peores lugares para el homosexual en Europa sean Turquía, Azerbaiyán y ciertos barrios donde domina un credo concreto. En Gaza, ya que estamos, el gay comete un pecado y un delito. La lesbiana ni existe. Si usted prefiere culpe a la ley del Mandato Británico, de 1936, pese a que en parajes muy cercanos la cambiaron hace décadas.

Recordaría los derechos de la mujer, la libertad de expresión y otras minucias, pero daría igual: es tan cómodo el prejuicio buenista, y tan fea la verdad, que sacarán el comodín de la Inquisición. O el de Varsovia, como si esa ciudad fuera más cerril que Ankara. El caso es negar una evidencia que obliga a reflexionar, con lo cálida que resulta la certeza ideológica. Leo que el paisanaje vasco desconfía de esa religión, tantas veces sumisión. Estereotipos, dicen los que riñen. Ojalá.