Mientras por ahí se dirime quién es fascista y quién comunista, quién libertario y quién antifascista, me he puesto a contar los sufragios de Vallecas o Vallekas. Ya sea en elecciones europeas, generales, autonómicas o municipales, el vilipendiado trifachito ronda allí el 40% de los votos. Los socialistas, gente del régimen, siempre ganan salvo si presentan a un espléndido entrenador de baloncesto frente a una ilustre abogada laboralista y jueza emérita. Cabe discutir de pedradas y pelotazos, pero los números son los que son y una icónica K no los elimina. También se puede tachar de equidistante a la calculadora, pues no se compromete como debiera. De modo que, al oír “Madrid será la tumba del fascismo”, me pregunto qué palabra en esa frase es más errónea.

Quizás uno pequé de iluso, pero donde esté la concreta suma de las voluntades individuales, expresada en las urnas, que se quite la abstracción épica de cualquier paraje. Cuidado con la magia de mi topónimo. Tenemos aquí notable experiencia en el uso y abuso de la nomenclatura municipal para laminar la pluralidad del vecindario: Iñurrieta recibe entre vítores a Zutano, cuando su único habitante estaba echando la siesta. Y aunque al concepto pueblo ya le salga caspa posmoderna, a cambio crece la apología del barrio, ese asfalto identitario. Yo solo sé que con parches retóricos y sinécdoques tal vez se disfrace la realidad, pero no se altera. Y que esto no es una guerra entre una supuesta plaza roja y una presunta zona nacional: es un combate ideológico y ético sin lindes, se llame como se llame la tierra que pisen los púgiles.