Y a que estamos se lo cuento: desayuno con la prensa y paso de noticias hasta después de cenar. En esas catorce horas tampoco abro mensajes de expertos o vendepeines, ni atiendo a discursos mesiánicos o apocalípticos, ni reenvío proclamas partidistas. Me dedico a trabajar, aprender idiomas, ordenar la casa, cocinar, oír música de Linkin Park y Placebo, hablar con amigos y familiares, reír con algún chiste, leer en el balcón, echar un vino, ronronear y aplaudir con emoción. Una tarde hice zumba y una mañana quité la ropa que tenía colgada en el manillar y arrugada en el sillín de la bicicleta, me monté, permanecí tan estático como ella durante un rato, me pesé y sopesé el gran lema de un colega, digno de escudo de armas: yo no creo en la báscula. Lo que no hago es picar el anzuelo mediático del minuto y resultado.

Y es que, al igual que esas tertulias políticas, copia de las futboleras, mucha información imita ya sin rubor al modelo ¡pi-pi-pi, penalti en Las Gaunas! Cambie el balón por la mascarilla, dele el micrófono de José María García a un tal Ferreras, y el marcador sigue regalando sustos innecesarios cada diez minutos: ¡conectamos con Los Pajaritos!, en este preciso instante, 19.56 del viernes, llevamos 64.059 contagiados, 4.858 muertos y 9.357 curados. Al cómputo del drama en directo -¡está pasando!- se le añaden el suspense de Equipo de Investigación -¡chanchan!- y el luto de Arias Navarro bien de speed. Así resulta lógico que los viejos, y los no viejos, multipliquen la preocupación y la preñen de pánico hasta sentir terror. A mi madre se lo tengo dicho: ponte vídeos de caídas y canciones de Los Panchos. Por salud.