ocío Carrasco, famosa por ser la hija de la cantante Rocío Jurado y el boxeador Pedro Carrasco, lleva meses acaparando la audiencia en televisión, gracias a una serie de reportajes en los que describe su historia de violencia a manos de su expareja. Me sorprende que muchas personas han quitado valor a su relato por los años que han pasado desde que ocurrieron los hechos, considerando que todo es por dinero o que, incluso, no es verdad. Para mi sorpresa, me han entrado ganas de defender su actitud y decir que el silencio es puro oxígeno emocional para los humanos. Si gritásemos cada vez que algo nos hace daño, el mundo sería insoportable. El silencio no quita valor a lo que nos ocurre, sino que, muchas veces, lo evidencia. Por eso, dice mucho más de nosotros lo que no contamos a los demás. El silencio no siempre es consciente y, si hay sufrimiento de por medio, como es el caso de las miles de mujeres que padecen la violencia, puede convertirse en una estrategia de supervivencia. El silencio como la forma de soportar y sobrellevar el drama, o un lógico reflejo para no aceptar lo que les está haciendo alguien que, se supone, dice quererles. Estas y otras pueden ser las causas del silencio pero casi nunca, la mentira. Considerar que porque alguien calla, no se queja, no denuncia, no pide ayuda, su tragedia vale menos o no es creíble, es a todas luces cruel. El adulto que reconoce que de niño fue abusado, el que no cuenta a nadie que lo torturaron, o que fue extorsionado por ETA, y cómo no, las mujeres maltratadas, son ejemplos de que el silencio puede ser el grito más hondo que una víctima puede lanzar a los cuatro vientos. Puestos a enjuiciar los silencios, empecemos no por el de los y las que sufren, sino por el nuestro. Puede que nos sorprenda confirmar que, antes y ahora, callamos más de lo que creíamos ante el dolor de los demás.