econozco que no daba un duro porque la vacunación empezara tan pronto y lo expresé aquí. Mea culpa. Sin embargo, creía que una vez que arrancase el proceso, todo iría más rodado. Nuevo error. Por ello, me he sentido muy representado al leer el manifiesto que más de 200.000 profesionales sanitarios de todo el Estado han hecho público tras el II Congreso Nacional covid-19 celebrado la semana pasada. El texto en cuestión, intuyo que mordiéndose la lengua, viene a subrayar, entre otras cuestiones, la vital importancia que la gestión política tiene en la vacunación. Por ello, solicitan a la clase política que convierta la vacunación en una prioridad y lo haga dejándose guiar por las evidencias científicas. Porque sigue siendo el tiempo de controlar a los gobiernos, pero no de usar la pandemia en el pimpampum político. Porque hoy hace falta más comunicación y cuidar más los detalles que nunca, pero aceptando que lo pueden hacer mejor los profesionales del ramo, y no ciertos políticos a los que veo atenazados por garantizar un imposible riesgo cero o, simplemente, por quedar bien. Y, sobre todo, coordinación entre las comunidades autónomas, que no imposición a golpe de BOE, porque al virus no lo detienen nuestras fronteras, sino las vacunas y, antes y después de ellas, nuestras medidas de prevención. No es tiempo de volvernos expertos en los efectos secundarios de AstraZeneca, Pfizer o Janssen cuando durante años, nos hemos pasado por el arco del triunfo eso de lea las instrucciones de este medicamento y consulte al farmacéutico. Tampoco de dejarnos amedrentar por tertulistos hablando de vacunas cuando más de uno hace un mes escribía esta palabra con b. Es la hora de la vacun-acción. No podemos perder más tiempo. Por temerario que a alguien le suene, debería hacerse todo lo posible para que, con la que quieran, pero que nos vacunen.