on 16 años acudí a mi primera manifestación. Era contra el servicio militar. Mientras emocionado gritaba el siempre agradecido eslogan "tanques sí, pero de cerveza", escuché el "ertzainak en-tzun, pim, pam, pum" que me produjo tal cortocircuito mental que no pude corearlo. Creía, ingenuamente, que a los allí convocados nos unía estar contra los ejércitos y las armas, cuando unos cuantos lo que no querían era su versión española, pero le hacían ojitos a ETA o se alistaban en su cantera. Me callé, no solo en aquella ocasión, sino en muchas otras, permitiendo que se siguiera alimentando la estigmatización de un grupo de empleados públicos: los y las ertzainas.

Todos los funcionarios pueden hacer de su trabajo un ejercicio de poder contra otras personas y/o para su beneficio. Por ello, deben existir controles, investigaciones y vías sencillas para que los ciudadanos mostremos nuestras quejas contra sus acciones. Pero el caso de la Policía vasca es único. Ni maestras, enfermeros, letradas, trabajadores sociales o bomberas tienen que luchar como los funcionarios de la Ertzaintza por su imagen. En los años más negros de nuestra historia reciente, el sustento social de ETA los calificó como la policía colonial (cipayos) y enemigos del pueblo. Muchos no solo callamos, sino que aceptamos su lenguaje. A mis 41 años, unos pocos quieren avivar el discurso contra la Ertzaintza, cuando en plena pandemia trata de coartar a los que practican con descaro la irresponsabilidad social. El principal partido de la oposición recupera parte del argumentario ochentero para descalificar a estos trabajadores públicos, describiéndolos como brutales, no democráticos, extralimitados y enemigos, esta vez, de la juventud. En la defensa de lo público y sus trabajadores, ¿cómo entender estas diferencias? ¿Unos servidores públicos son héroes, pero otros "txakurras"?