nosotros, los hombres, llevamos una empanada importante con esto de la igualdad. Con los ecos del 8 de Marzo es bueno reconocerlo porque solo lo que es aceptado está en condición de ser transformado. En esta lucha justa y necesaria por la igualdad, los hombres, siendo fundamentales, seguimos viendo el partido desde las gradas. No uno de tenis donde giras la cabeza siguiendo la pelota, sino uno de béisbol donde cuesta entenderlo porque ni siquiera conoces las reglas.

Históricamente a los hombres se nos ha dicho lo que teníamos que ser por negación: ni mujer, ni homosexual. Esto hace décadas empezó a cambiar gracias al feminismo y el movimiento gay pero seguimos intentando responder a la pregunta. No queremos ir de tipos duros de Marlboro, un Bertín Osborne en su versión cañí, pero tampoco queremos renunciar a la masculinidad. Somos hijos de mujeres más viriles y de hombres más femeninos que los de otras épocas. Nuestros hijos lo serán todavía más. Estamos mutando desde el macho rancio a algo que aún no sabemos. Decimos no a la violencia, somos padres más responsables en la crianza y en lo doméstico pero nos vemos atrapados entre un hombre más igualitario y una realidad que refuerza aún lo machista. Algo perdidos entre teorías queer y transfeminismo o sorprendidos con algunas mujeres que parecen tenernos por su enemigo. Aunque peor que esta desorientación es ese miedo a dudar ante algunas reivindicaciones no sea que nos tilden de machistas. Callar o decir que sí para evitar la bronca como muchos políticos que el domingo leyeron discursos que ni entienden.

No podemos ir de víctimas porque la vida sigue doliendo menos si eres tío pero temo que esta falta de orientación y miedo a decir lo que sentimos esté horneando un souffle: uno que defienda la igualdad por fuera porque ahora es lo políticamente correcto pero con poca consistencia por dentro.