“Nada, no te echarán en cara nada tus hijos.” Eso era lo que me decían cuando solía preguntar a aitas mayores que yo y con una dilatada carrera profesional sobre el impacto de sus horarios laborales en la relación con sus hijos. Eran tiempos en que mi hijo Martín leyendo mis horarios en la pizarra de la cocina me preguntaba: “¿Esta semana cuántos días vendrás tarde?” Golpe directo. Empecé a usar aquella muletilla de tiempo mucho no pero el que estoy es de calidad. Sirve como calmante pero poco. Hasta que llegó un día en que me vi comprando el cariño de mis hijos. Si no hay más, pues contigo Tomás, pero en mi caso decidí cambiar de trabajo. Los señores ministros Pablo e Irene no sé cómo lo van a hacer. Como pareja no me meto pero, ¿como aitas? Los tres hijos pequeños que tienen, ¿cuándo van a ver a sus aitas? Ser ministro no es cualquier cosa. Todos los trabajos deben ofrecer oportunidades para la conciliación, pero si uno se hace ministro, pues chico, va en el paquete el dedicarte a ello en cuerpo y alma y sin mirarle mucho al reloj. Él, Pablo, padre donde los haya, con aquella loable decisión de asumir su baja de paternidad y corresponsabilizarse de la crianza, ahora ya me dirás. ¿No había otra vía que ser los dos ministros? Si fueran el frutero de la esquina, hasta cierto punto, a mi plin lo que hagan pero, en política, lo privado es menos privado y por ello entiendo que podamos opinar al respecto. Estratégicamente me parece que Podemos quedará muy descabezada con sus dos principales líderes en el barrizal de gobernar. El PNV siempre ha sabido cuidar los dos espacios: el gobierno y el partido. Pero en lo estético y como aita, aún lo entiendo menos. Aita? Ama? Y la niñera les dirá: “Están en el ministerio”. Si ya por educación estos niños iban a salir combativos, esta decisión los va llevar a montar barricadas en la guardería. Todo sea por la revolución.