omentábamos aquí hace algunos meses la postura pactista que comenzaba a mostrar Elkarrekin Podemos, no solo en el Parlamento Vasco, sino también en otras instituciones como el Ayuntamiento de Donostia. Aclarábamos que Miren Gorrotxategi había negado cualquier ciaboga, pero que, a pesar de ello, parecía evidente el cambio de chip, debido, entre otras cuestiones, a que socialistas y jelkides compartían gobierno con ellos en Nafarroa, y en España gobernaba con los primeros, pero contaba con una relación preferencial con los segundos, lo cual hacía aquí difícilmente explicables ciertas actitudes, entre maximalistas y apocalípticas. Reseñábamos también que con una EH Bildu que los triplica como fuerza parlamentaria parecía necesario para los morados sondear otras vías para ejercer la oposición.

Pero advertíamos a su vez de los riesgos que conlleva no mantener la apuesta una vez tomada la decisión de explorar un camino, por lo menos durante cierto tiempo: da la impresión de que es precisamente eso lo que está pasando. Avisábamos también sobre la manera tan confusa que percibe la ciudadanía el continuo zigzagueo, la indecisión debilitadora. Metidos en su cascarón, tienden a suponer quienes así actúan que podrán explicar en la calle el porqué de sus tumbos, pero es muy difícil que la ciudadanía distinga algo diferente a un embrollo.

Salvo contadas ocasiones, la realidad es que las fuerzas políticas acostumbran previamente a decidir su voto presupuestario en función del propio análisis político y estratégico en clave interna, para revestirlo luego con razones, a ver si cuela. Sucede que no siempre queda muy creíble el asunto, máxime si quien procede de esta manera gobierna en otros lares sin que puedan exhibir allá como realizaciones muchas de las materias que aquí hacen figurar como exigencias inexcusables. Siempre es complicada la labor de oposición, pero parece conveniente que esta sea reconocible y no difusa; resuelta y no vacilante; racional y no incongruente.