e cumplen hoy 100 años del nacimiento en Andoain de esa gran personalidad de la política, de la literatura y del periodismo vasco de nombre Martin Ugalde, pero sobre todo de un gran amante, defensor y divulgador del euskera. Persona humilde, ética, coherente, leal, según cuentan quienes mejor lo conocieron a lo largo de una vida llena de trabajo y compromiso. Como es lógico, se suceden durante estas semanas exposiciones, charlas, artículos e iniciativas que recuerdan a este hombre poliédrico al que tanto tenemos que agradecer.

A nadie debe extrañar que, en este contexto, cada uno ponga el acento en aquella faceta en la que tuvo más cercano a Martin Ugalde. Que quienes compartieron con él militancia política y trabajo institucional lo rememoren en esos ámbitos; que quienes lo relacionan con sus lugares de nacimiento y residencia sitúen su memoria en esos espacios geográficos; que quienes disfrutaron con las creaciones del literato evoquen el placer que les produjo su lectura; que quienes lo tuvieron como compañero de viaje en la creación de un diario ensalcen su enorme labor para conseguirlo; que quienes sufrieron injustas represiones junto a él, algunas lejanas en el tiempo y otras no tanto, subrayen su entereza y dignidad en tan dramáticas circunstancias. Nada de malo hay en ello.

Los que parecen más preocupantes son ciertos ejercicios de memoria selectiva. Por ejemplo, que en algunos repasos de su vida política y cívica haya sido imposible encontrar ni rastro de aquel histórico manifiesto de 1980 firmado por 33 personalidades vascas, entre las que se encontraba nuestro protagonista, reclamando que aún se estaba a tiempo de terminar con la violencia de todo género. No pocos de aquellos firmantes fueron a partir de ese momento víctimas del vacío, del insulto, del boicot. Dar a conocer a Martin Ugalde también consiste en contar todo ello. Aunque suponga para muchos una verdad incómoda.