l domingo se celebraron en la Argentina las PASO, acrónimo de Primarias Abiertas Simultáneas Obligatorias. Resulta, como todos, un sistema con fallas, pero a su vez ofrece virtudes como el dejar en manos de los electores no solo quién encabezará la candidatura electoral de un partido o coalición, sino también cómo se configurará el resto de la lista. Del mismo modo, que los procesos estén dirigidos por la administración electoral del Estado y no por los aparatos de los partidos.

Semanas atrás hubo elecciones en la provincia de Corrientes, también en la Argentina, donde el sistema electoral permite conocer cuántos votos ha aportado cada partido en una alianza electoral, cuestión muy interesante. Por ejemplo, el gobernador Gustavo Valdés fue reelegido por una abrumadora mayoría de correntinos, el 77%, pero su partido, la UCR, alcanzó el 21%. El resto lo sumaron en cantidades menores una treintena de partidos coaligados, hasta el 0,71% de Unión por el Desarrollo.

Anteayer los californianos votaron en referéndum revocatorio si mandaban a su casa al gobernador Gavin Newsom. El demócrata salió fortalecido del intento de destituirlo, pero lo más reseñable de la cuestión es que la ciudadanía tiene en sus manos un instrumento para ratificarlo o cesarlo, optando en su caso por una alternativa, 46 candidatos el martes. De hecho, en 2003 ya tuvo éxito un intento similar que expulsó del Capitolio de Sacramento a Gray Davis y supuso la llegada de Arnold Schwarzenegger.

Es el de los sistemas electorales un debate recurrente. No es menos cierto que habita en nosotros una permanente tendencia a pensar que lo ajeno es en estas cuestiones siempre mejor. Dicho lo cual, debe uno reconocer que piensa mucho en la Argentina cuando observa aquí procesos chapuceros de primarias; que evoca Corrientes cuando ve aquí disputas internas en las coaliciones; también que envidia a California cuando aquí se asedian constantemente ciertos liderazgos institucionales.