roduce ternura leer los mensajes que los predicadores del bien nos ofrecen estos días sobre Catalunya. Desde que veíamos aquellos capítulos de la familia Ingalls en La casa de la pradera no recuerda uno días tan azucarados, deseos tan bienintencionados. Tal explosión naíf resultaría entrañable si no se nos ocultara la realidad, bien de manera deliberada, bien por un preocupante episodio de amnesia. Es ahí cuando todo deviene en irritante.

La realidad es que todas las soluciones que ahora exponen como deseables los pregoneros de la concordia han sido propuestas, incluso rogadas por el soberanismo catalán desde 2003. Como lo es el hecho de que ningún independentista ha optado nunca por la vía unilateral sin antes haber explorado hasta la extenuación la vía del diálogo, la negociación y el pacto. Presentar ahora tal cuestión como novedosa es un insulto a la historia; también lo es plantear la misma exigencia a quienes pueden exhibir todos sus intentos de acuerdo, que a aquellos que han despreciado cualquier propuesta.

Reconozcámoslo: formular ahora la vía escocesa es un brindis al sol que resulta descorazonador por imposible. También lo es ver contar de la misa la media: el independentismo escocés nunca ha descartado la vía unilateral, es más, la ha anunciado en caso de que no consiga pactar un segundo referéndum. Está Escocia mucho más cerca de la vía catalana de 2017 que Catalunya de la vía escocesa de 2014.

Es tiempo de poesía y los refunfuñones aguardaremos pacientes, como bien ha descrito Dolors Sabater en este diario en una esclarecedora entrevista. Transcurrida la espera, volveremos a reclamar respuestas, porque ardemos en deseos de saber de una vez si, agotadas todas las posibilidades, los misioneros de la eterna esperanza tendrán alguna propuesta más allá de una nueva apelación al diálogo, si considerarán alguna vez justificado elegir la vía unilateral. La gran paradoja puede resultar que para entonces Escocia ya lo haya hecho con éxito. Quién sabe.