uando Aitor Esteban se negó a dar la mano a Iván Espinosa de los Monteros en aquel debate electoral, la izquierda política y mediática de la Villa y Corte reaccionó con un extraño cóctel de celos y altanería. Hubo quien aseveró que lo cortés no quita lo valiente, quien opinó que el gesto beneficiaba a Vox y quien auguró que tal desplante no echaría raíces en la política española. Recordemos -a ser posible sin alucinar- que meses antes Pedro Sánchez había decidido no acudir a otro debate, pero no porque iba a estar presente el partido de Santiago Abascal, sino por todo lo contrario: la Junta Electoral Central había decidido que no podía participar.

Son dos datos que conviene recordar ahora que tanto se habla del tumultuoso debate madrileño de laCadena Ser. En realidad, Rocío Monasterio no había vomitado ninguna astracanada mayor que las muchas que vienen ofreciendo durante años, pero, al parecer, es a partir de ese momento cuando todos debemos ponernos las pilas y ejercer de dignos cordones sanitarios. Todo ello -recordémoslo también- semanas después de que el gobierno sacara adelante el decreto de los fondos europeos gracias a una (misteriosa) abstención de Vox y de que Salvador Illa se manifestara partidario de que Vox tuviera un senador autonómico catalán.

En el fondo estamos asistiendo a un ejemplo más del ya irritante adanismo de la izquierda española; esa tendencia a pensar que todo comienza con ellos y a ignorar -en el mejor de los casos- todo lo sucedido previamente a otros en similares o peores circunstancias. Tal vez porque, como dijo Íñigo Errejón en aquella desafortunada declaración, todo ello les pillaba muy lejos. Obviamente, esto va con todos y todos debemos reaccionar ante el envalentonado facherío, pero mucho nos tememos que cuando se calme lo de Madrid, pondrá de nuevo el foco en Euskadi y Catalunya ayudado por sus ramales judiciales y mediáticos. Será entonces cuando muchos de los ahora indignados nos dirán que si te he visto no me acuerdo.