ada vez que votamos para el Parlamento Vasco son 25 los representantes que elegimos por cada territorio histórico, independientemente de la diferencia del censo entre ellos, que no es pequeña. Cada vez que en Araba eligen sus Juntas Generales lo hacen divididos en tres circunscripciones, debido a un importantísimo cambio de 1987 que suprimió las siete cuadrillas como distritos, tras un intenso debate que sigue abierto. También en Nafarroa Garaia se cambió de las merindades al distrito único en 1983 y también allá emergen periódicamente propuestas para volver a lo anterior o a un sistema mixto. Por su parte, recuerda uno con nostalgia cómo criticaban compañeros de partido de Iparralde ya fallecidos la antinatural distribución de algunas circunscripciones en las elecciones cantonales de aquellos tres territorios.

Podríamos así continuar enumerando no pocos ejemplos de decisiones, debates, acuerdos, desacuerdos y flagrantes cambios de opiniones en torno a los sistemas electorales que rigen en nuestro entorno. En todos los casos ha primado siempre el interés político y electoral de quienes defendían su postura, fuera esta la que fuera, e independientemente de que la adornaran con ribetes históricos, democráticos y éticos. Ni los cambios de porcentajes mínimos necesarios para alcanzar representación parlamentaria han estado exentos de negociaciones de rebotica.

Viene todo ello a cuento, porque de tanto fijar la mirada en sistemas electorales lejanos y ajenos, y pasmarnos con fenómenos como el llamado gerrymandering, tan bien descrito en este diario por Xabier Irujo, parece a veces olvidársenos que, como dijo Sancho Panza, en todas las casas cuecen habas. Añadía el escudero que en la suya se cocían además a calderadas. Tampoco es que sea para tanto, pero sería deseable que nos pusiéramos también a pensar en lo nuestro, aunque sea después de dilucidar si Austin y San Antonio deben pertenecer al mismo distrito de Texas o si las dos Dakotas separadas tienen razón de ser. Tampoco hay tanta prisa.